El mes de marzo nos proporciona un buen pretexto para pensar en utopías que para las mujeres colombianas se traducen en nuestra fe en otros mundos posibles. También nos permite hacer conciencia sobre la tenacidad de las estructuras patriarcales que siguen ubicando a las mujeres –no obstante los enormes cambios obtenidos en los últimos 50 años– en un estatus de subordinación e inequidad en lo social, lo económico, lo político y lo cotidiano. Una verdadera pandemia, pocas vacunas.
Violencias políticas, violencias laborales, violencias sexuales, violencias domésticas, violencias intrafamiliares, sin olvidar esta peste tan misógina llamada feminicidio. Todas siguen siendo hoy pan cotidiano. No obstante, existe otro tipo de violencias, en general poco nombradas, como las violencias simbólicas; quizás más difíciles de discernir pero que, sin duda, también han generado a lo largo de la historia de la humanidad muchos duelos, dolores y pocas reparaciones. Uno de los ejemplos, entre muchos otros, es la historia de los saberes de las mujeres que hubieran debido tener un lugar importante en la historia de la humanidad.
Es una historia poco conocida, escrita en la sombra y a menudo oculta porque no entra en los circuitos de poder y del saber hegemónico que construyeron los hombres. La historia de las mujeres y sus saberes nunca hicieron parte de la historia oficial. Solo hoy estamos iniciando su recuperación, y cuando digo solo hoy quiero decir solo hace algo más de 60 años. Sí; estamos descubriendo por fin poco a poco los aportes de las mujeres a esta historia de la humanidad, una historia todavía en gran parte huérfana de sabor femenino, desprovista de miradas femeninas y por consiguiente carente en gran parte de sentido vital.
Estamos descubriendo por fin poco a poco los aportes de las mujeres a esta historia de la humanidad, una historia todavía en gran parte huérfana de sabor femenino
Según afirmó el antropólogo Levi-Strauss, durante siglos fuimos signos que intercambiaban los hombres en cuanto capital reproductivo, pero no generadoras de signos. Nuestro rol, nuestro lugar, definido por una cultura de hombres que se apoyó sobre el pretexto magistral de nuestra anatomía, fue durante milenios el de reproductoras de la especie y as del ámbito privado. Y nuestras únicas fecundidades eran del orden de lo biológico-genealógico. Éramos dadoras de vida y esto nos debía satisfacer porque esto satisfacía a los hombres y la cultura que se habían inventado.
Para esto fue necesario hasta fetichizar y sacralizar la maternidad y sus lugares que negaban a la mujer en su alteridad y por consiguiente su peligrosidad. Claro, las mujeres que escribían eran peligrosas. ¿Lo son aún? Mientras tanto, ellos escribieron la historia y la escribieron en masculino, invisibilizando, ocultando o mutilando nuestros aportes a la cultura. Eran los tiempos de la famosa afirmación de muchos antropólogos: la mujer es a la naturaleza lo que el hombre es a la cultura.
Ustedes me dirán que esto ya cambio. ¿Cambió? De alguna manera, sí. Sin embargo, no olvidemos a todas estas maestras que nos abrieron el camino, ese camino de la escritura, del saber, de los saberes con estas referencias: Nobel de Literatura, a la fecha: 100 hombres, 16 mujeres; Nobel de Ciencia: 570 hombres, 20 mujeres. Las cifras hablan por sí solas...
FLORENCE THOMAS
* Coordinadora del grupo Mujer y Sociedad