La decisión de Trump de echar a John Bolton, su asesor de seguridad nacional, ha creado una avalancha de comentarios, al igual que una catarata de interrogantes y análisis. La discusión se ha centrado en qué tipo de impacto tendrá la salida de Bolton sobre Corea del Norte, Irán, Rusia, China, en fin, sobre los obvios protagonistas de la geopolítica mundial. La mayoría de los analistas locales observan esos hechos con curiosidad e interés, pero sin reparar en que en la lista de los países más impactados se debería incluir a Colombia.
La orientación que le imprimió Bolton a la política exterior estadounidense es por todos conocida: desprecio por el multilateralismo, bilateralismo asimétrico, amenazas económicas y militares, uso privilegiado de la fuerza militar, en conclusión, el modelo promulgado y defendido por los llamados halcones. Ese modelo se aplicó también a dos asuntos que son de carácter estratégico para el país: la crisis en Venezuela y la política bilateral de lucha contra el narcotráfico.
Y fue precisamente a Bolton y a sus halcones a lo que le apostó la política exterior del actual gobierno. Las razones de por qué quedamos amarrados al ‘estilo Bolton’ son varias, pero lo triste es que, ante todo, fueron motivadas por razones asociadas a nuestra política interna. Tener dos candidatos presidenciales potenciales, como son el canciller Carlos Holmes Trujillo y el embajador en Washington, Francisco Santos, en los cargos más sensibles de la política exterior, llevó a conclusiones totalmente equivocadas sobre la actitud diplomática que debería asumir Colombia. Inspirados en las posiciones guerreristas –internas y externas– de su mentor Álvaro Uribe, el canciller y su embajador compraron irreversiblemente la beligerancia militarista de Bolton.
No obstante las advertencias de voces experimentadas y profesionales, el Gobierno se matriculó en una estrategia de hostilización a Maduro, convencidos ingenuamente de que el vociferante Bolton era capaz de cumplir con sus amenazas e invadir a Venezuela, destituyendo al sátrapa venezolano. Igualmente, se sobrestimó el poder real de convocatoria de Guaidó, a quien le tocó aterrizar en una mesa de negociaciones. El Gobierno, al renunciar explícitamente a las salidas diplomáticas, al negarse a participar en la construcción de soluciones negociadas, al convertir el multilateralismo regional –léanse OEA y Tiar– en una tribuna de agresiones, dejó a Colombia con las manos amarradas y con una política exterior limitada a declaraciones rimbombantes pero inanes.
No es menor el rechazo de países claves, y de relevantes actores internacionales, a los intentos del Centro Democrático por desbaratar la paz. Mejor dicho, estamos con una política exterior ineficaz que fracasó en su intento por tumbar a Maduro, que no ha logrado la solidaridad económica o política indispensable para manejar la crisis migratoria y –además– demolió la influencia internacional que los esfuerzos de reconciliación le habían dado a Colombia. La verdad es que nos hemos quedado solos.
La salida de Bolton deja sin piso la actual política exterior. Si el presidente Duque quiere de verdad encontrar salidas al creciente deterioro del entorno internacional en que se desenvuelve el país, debe considerar seriamente un cambio de paradigma. Para ello sería indispensable diseñar una nueva estrategia internacional construida sobre el fundamento de un consenso nacional. Solo unidos podemos enfrentar las delicadas amenazas externas. Y también, de pronto, le serviría el ejemplo de Trump: alejar a los guerreristas.
‘Dictum’. La justicia va años atrás de la revolución tecnológica. Necesitamos una JED (Jurisdicción Especializada para lo Digital) capaz de actuar y dirimir conflictos incluso en tiempo real.
GABRIEL SILVA LUJÁN