En la columna pasada señalábamos los obstáculos estructurales, geopolíticos y demográficos que reducen la eficacia del instrumental de política monetaria y de las acciones expansionistas de los principales bancos centrales del mundo. Sin embargo, la situación que se está viviendo permitiría contemplar opciones de política económica que aprovechen las circunstancias actuales de modo que todos ganen, países ricos y pobres.
Los inversionistas, los ahorradores y las instituciones financieras (de las economías desarrolladas) necesitan de manera urgente encontrar opciones para manejar sus dos principales desafíos: la minúscula rentabilidad y la imposibilidad de encontrar instrumentos financieros de largo plazo. Además, el reto para los gobiernos en países industrializados es buscar fuentes de crecimiento económico. La realidad es que las sociedades maduras no cuentan con las suficientes fuentes endógenas de demanda para sostener tasas aceptables de expansión económica.
Es hora de ser creativos. La demanda potencial global está geográficamente concentrada en zonas del planeta en vías de desarrollo y en los países emergentes. Las cifras de comercio de la OMC demuestran que los principales beneficiarios del crecimiento en los países en desarrollo son, precisamente, las naciones industrializadas.
Los países desarrollados deben contemplar ese vasto potencial de demanda que reside allende sus fronteras. Es allí en donde existe la verdadera oportunidad de recuperar una senda de crecimiento vigoroso y, sobre todo, sostenible. En vez de enfilar las baterías de política económica hacia la tenue y veleidosa demanda interna, estas podrían redirigirse hacia la dinamización de la expansión y el crecimiento en las antes llamadas economías en desarrollo, en las que el subconsumo es rampante.
De otra parte, el diferencial entre las tasas de interés y de rentabilidad en Europa y Estados Unidos y las que se obtienen en el mundo en desarrollo permitiría un arbitraje de recursos y de liquidez entre ambos espacios económicos que no solo generaría mayor demanda por importaciones de bienes y servicios de dichas áreas, sino que ofrecería opciones para aliviar el desafío que sufren los es de capital con el entorno de rendimientos negativos en las economías maduras. Se argumentará que las tasas son más altas en las economías emergentes por cuanto están asociadas a mayor riesgo. Cierto, pero son riesgos manejables financieramente.
Además, y esto es crítico, la tolerancia al riesgo de los inversionistas institucionales se ha incrementado sensiblemente en su ‘desespero’ por cumplir con sus compromisos de rentabilidad, en particular con los pensionados. El informe ‘PensionsEurope’, sobre el comportamiento de los fondos en el 2018, afirma: “Los fondos de pensiones han incrementado el desplazamiento de sus activos hacia renta variable y de renta variable a inversiones alternativas... también hay un creciente interés en activos ilíquidos como deuda privada, capital privado y finca raíz”. Es decir, hoy hay un mucho mayor apetito entre los institucionales por asumir riesgo.
En ese contexto, serían muy útiles instrumentos específicamente diseñados para favorecer la expansión económica en los países emergentes, por ejemplo reperfilando su deuda externa para hacerla más barata y a más largo plazo, ampliando así su margen de gasto público, y proveyendo el capital necesario para invertir en desarrollo empresarial, infraestructura y servicios sociales. No se trata de ayuda concesional o de cooperación. Se trata de inversión pura y dura. Así lo hicieron el Reino Unido, en el siglo XIX, y en la posguerra, Estados Unidos. A ambos no les fue nada mal con esa estrategia.
‘Dictum’. Asia será el 50 por ciento de la economía y el 40 por ciento del consumo mundial en el 2040. Siga viajando, presidente Duque.
GABRIEL SILVA LUJÁN