En Colombia ha sido inevitable que los mandatarios que ocuparon el solio de Bolívar jueguen un papel decisorio en la dinámica de la política. No hay expresidente en Colombia sin movimiento político, incluso contra su voluntad. De allí que se justifique preguntarse cuál va a ser el rol de estos titanes y líderes en las elecciones presidenciales en nuestro país en el 2022.
En esa materia, no todos los expresidentes son iguales. Hay grados. Unos se abstienen de la vida pública en su integridad, alejándose de la política de manera definitiva. Cierran la puerta y por más que sus seguidores, aspirantes a herederos y parientes les golpeen a la puerta, prefieren no abrirla. Aquello que se hizo y fue, pues fue. Se me vienen a la mente, encabezando esa actitud, los nombres de Virgilio Barco, Julio César Turbay y Belisario Betancur.
Hay otros que se aproximan a su papel de expresidentes desde la tribuna de la sabiduría con un ojo puesto en la historia y uno más en la defensa no de un legado, sino de unas transformaciones que lideraron o condujeron que consideraban esenciales para el futuro de la nación a la que se entregaron, con equivocaciones y aciertos, para servirles apasionadamente a los ciudadanos. En esta categoría están Alberto Lleras, en su discreta pero eficaz defensa del Frente Nacional; Carlos Lleras Restrepo, en su lucha por la modernización institucional y tecnocrática del Estado; César Gaviria, con su ánimo combativo para proteger la apertura económica y la Constitución de 1991, y Juan Manuel Santos, con su compromiso para evitar que los enemigos de la reconciliación acaben con los acuerdos de paz.
Hay otros, como es el caso del expresidente Uribe, a los que les interesa mantener un control lo más absoluto posible sobre el Estado, primero para protegerse personalmente, y segundo para eternizar sus ideas y prioridades en la vida colombiana. No es extraño que ahora surja la posibilidad de que los Uribe Vélez quieran convertirse en una casta, en una dinastía eterna en el poder nacional, con la poco discreta maniobra de poner a sonar como precandidato presidencial a Tomás Uribe. Hay fuertes indicios de que será el punto de convergencia de la extrema derecha y de otras castas políticas regionales.
No quiero imaginarme lo que deberán de estar sintiendo quienes han sido los cargaladrillos del uribismo a lo largo de todos estos años. Marta Lucía Ramírez, Carlos Holmes Trujillo, Óscar Iván Zuluaga, Rafael Nieto, María Fernanda Cabal, Pacho Santos… todos ellos deben masticar en silencio su ira ante la perspectiva de que el “presidente eterno”, de un plumazo, elimine esa lista de aspirantes con el propósito de entronizar a su retoño. Claro que habrá consultas, encuestas y cónclaves para decorar adecuadamente el ascenso del “príncipe”. Y al lado del príncipe ungido vendrán otros principitos de las dinastías locales para acompañarlo, con la ilusión de que si él pudo por qué yo no también.
Sin embargo, ahora, contra cualquier pronóstico, Iván Duque, el “presidente títere”, pretende tardíamente dejar de serlo. En los pasillos de la Casa de Nariño se habla de que hay bases de gestión, de parlamentarios, de burocracia y de control del Estado –a través de las ‘ías’– para crear una nueva corriente, “el duquismo”. Arropado en un lenguaje de centro, y distanciándose retóricamente de la extrema del Centro Democrático, ahora emerge Duque como expresidente antes de serlo. Y con ansias de tener candidato sucesor. Ese nuevo flanco que se le abre al uribismo no es más que el símbolo del resquebrajamiento de la derecha ante el rechazo de la ciudadanía y la tragedia que ha sido el actual gobierno.
Dictum. Se fue don Pepe Douer. Extraordinario, irrepetible, ejemplar. Un legado incomparable de discreto servicio y de construcción de país.
GABRIEL SILVA LUJÁN