A lo largo y ancho del planeta, las elecciones en Estados Unidos no solo han despertado el más vivo interés en los ciudadanos del común, sino que también han disparado un seguimiento pormenorizado de gobiernos, cancillerías y, sin duda, de las más poderosas agencias de inteligencia. Todo lo que tiene que ver con Uncle Sam siempre llama la atención o genera preocupación, pero en este caso aún más. No en vano muchos observadores de la política interna estadounidense consideran que estas elecciones son, quizás, las más decisivas en la historia de ese país.
La posible reelección de Donald Trump, dado el profundo impacto disruptivo que han tenido sus políticas en la democracia estadounidense y en las relaciones internacionales, despierta un interés particularmente intenso; por no decir que un pánico bastante generalizado. Eso lleva a que la atención se centre, obsesivamente y de manera casi que exclusiva, en las elecciones presidenciales. Esa es una perspectiva limitada. Para el futuro de la democracia y del mundo puede ser tan, o aún más, importante aquello que está ocurriendo en otras dimensiones del proceso electoral gringo.
La istración Trump se ha caracterizado por la sistemática demolición de la separación de los poderes públicos y por un descrédito constante del sistema de balances y contrapesos que contempla la Constitución. El haberle impedido al Congreso acceder a testimonios y a evidencia clave en el proceso de ‘impeachment’ significó una severa mutilación de las facultades de control judicial y político del Legislativo. No menos grave ha sido el acoso a jueces, fiscales y a las cortes para que fallen en la dirección de su agenda ideológica y para que sean indulgentes con sus amigos ‘sub judice’.
Por lo anterior, los estadounidenses deberían centrarse en defender la independencia de los poderes públicos y frenar las tendencias autoritarias que caracterizan el ideario del actual presidente. Aunque sería ideal conquistar nuevamente la Casa Blanca, algo bastante difícil, la única alternativa que le queda a la democracia de Estados Unidos para evitar una mayor desinstitucionalización, la polarización y la arbitrariedad es que los demócratas mantengan la mayoría en la Cámara y recuperen la del Senado.
Este año se decide quiénes ocuparán las 435 curules que componen la Cámara de Representantes por los próximos dos años. En la actualidad, la mayoría de esa corporación la controlan los demócratas, con 235 votos, una ventaja importante sobre los republicanos, que lograron hacerse solo con 199 distritos. El consenso hoy sugiere que se mantendrá la mayoría demócrata en la Cámara, pero ese logro no está garantizado. Aproximadamente una tercera parte del Senado se renovará este año; es decir, se elegirán 35 senadores en el 2020. Es una oportunidad histórica para poder recuperar la mayoría dado que solo 12 senadores demócratas van a elección mientras que, en comparación, los republicanos en esta ocasión tienen 22 curules en riesgo.
Los precandidatos presidenciales demócratas están empezando a competir sobre cuál de ellos sería el mejor líder para contribuirles a los aspirantes de su partido a ser elegidos para la Cámara y el Senado. Han venido entendiendo que es tan importante que el candidato presidencial demócrata escogido pueda garantizar la victoria demócrata en las elecciones de Congreso como que tenga un chance para derrotar a Trump. Y para ese propósito no todos los candidatos son iguales.
Desafortunadamente, un candidato más radical por bueno que sea, como se percibe a Bernie Sanders, podría no solo dificultar la llegada a la presidencia de los demócratas, sino también arruinar la posibilidad de controlar el Congreso.
‘Dictum’. La idea de dar el derecho al sufragio a la Fuerza Pública no es más que una peligrosa modalidad de populismo de ultraderecha.
GABRIEL SILVA LUJÁN