A veces ocurre con los adultos lo que ocurre con los niños asustados: le atribuyen poderes excesivos a aquello que les da temor. Eso le está pasando al establecimiento con la figura de Gustavo Petro. Durante las marchas no vacilaron en vincularlo con la promoción y conducción de la protesta social. Ahora quieren responsabilizarlo de inventarse una confrontación entre los sectores pudientes y los menos favorecidos. Para estos actores se trata de una endiablada y oscura conspiración para dividir al país, romper la armonía social, con fines electorales. En esa versión, el candidato de la Colombia Humana está fabricando una lucha de clases inexistente a la cual es ajena tradicionalmente la sociedad colombiana. Es decir, la indignación colectiva con la desigualdad creciente es una mera ficción.
La efectividad de un líder en materia de resonancia política está estrechamente asociada a su capacidad de entender las motivaciones íntimas de los ciudadanos, su situación objetiva, sus expectativas y sus temores. Y, luego, traducir esa lectura en una acción política que tenga la capacidad de generar credibilidad suficiente para movilizar a la gente a su favor.
Sin duda, las condiciones personales del líder son relevantes, pero lo que está demostrado reiteradamente es que son subordinadas al punto anterior. Se puede tener al líder más capaz, carismático, preparado y con experiencia, pero si se monta en una lectura equivocada sobre el entorno y la realidad de la gente, no tendrá viabilidad política.
Para ilustrar el punto es interesante recordar el ascenso de Álvaro Uribe. Como candidato, evolucionó de registrar menos del margen de error en las encuestas, cuando inició la campaña, a hacerse elegir dos veces y convertirse en un semidiós de la política. La explicación de fondo es muy sencilla. Uribe fue capaz de leer correctamente la preferencia abrumadora de la sociedad colombiana por la seguridad, en una coyuntura de debilidad del Estado y ascenso de la delincuencia, las guerrillas y el paramilitarismo, ofreciendo un mensaje creíble sobre sus capacidades para resolver ese desafío colectivo.
Eso es lo que está haciendo Petro. Está leyendo correctamente la profunda sensación de desespero social, el deterioro en el nivel de vida de la gente, la desaparición de una clase media que perdió de un plumazo diez años de ascenso y de esfuerzos, el desempleo desatado, en particular de las mujeres, el retroceso de una década en las necesidades básicas insatisfechas… mejor dicho, la profunda sensación de agravio y de injusticia. Y, también, está identificando correctamente quiénes son a los que los ciudadanos les están echando la culpa.
La torpeza usual de los poderosos, en coyunturas similares, es contraponer al ascenso de un candidato que interpreta adecuadamente el clamor popular, una opción que corresponda a la antípoda ideológica. Eso se ve en la forma en que el establecimiento, los políticos tradicionales y los medios de comunicación dependientes convergen irreflexivamente sobre la necesidad de tener un candidato de derecha, otra vez, en la palestra.
La forma en que se derrota una plataforma radical como la de Petro es con una alternativa democrática, independiente y progresista. No sirve un candidato que diga lo que las élites quieren oír. Se necesita un candidato que interprete el sentimiento popular y proponga los cambios necesarios, así muchos de ellos no sean del agrado de los más pudientes. Ante el ascenso del comunismo durante la crisis de los años treinta, Occidente optó por el reformismo. Y así sobrevivieron la democracia y la economía de mercado. Ciertamente, no como la querían los ricos de la época, pero sí como le servía a la gente.
Dictum. El 90 % de los colombianos creen que la inseguridad está empeorando. Esto, en un gobierno heredero de la seguridad democrática, no deja de ser patético.
GABRIEL SILVA LUJÁN