Hay demasiados hombres a los que se les ha atribuido el poder de cambiar la historia. Muchos más, alentados por la infinita vanidad masculina, andan por el mundo convencidos de que efectivamente así lo hicieron. La realidad es otra.
Si se mira con cuidado, es evidente que muchos de esos aparentes logros no van mucho más allá que sembrar odio, discriminación y sufrimiento. En contraste, con esa parquedad que el machismo ha impuesto en cuanto el reconocimiento a las mujeres, cuando se dice que una mujer ha cambiado el mundo es porque de verdad lo ha hecho, generalmente para que la vida sea mejor, más solidaria y más justa. Ese es el caso de la magistrada de la Corte Suprema de los Estados Unidos Ruth Bader Ginsburg, quien falleció el viernes a los 87 años de edad, después de toda una vida al servicio de la justicia y de la ley.
‘The Notorious RBG’, como se la conocía popularmente por las siglas de su nombre y parodiando el ‘nom-de-guerre’ de un famoso rapero, construyó su carrera sobre la base de defender los derechos de las mujeres y luchar contra la discriminación de género en todos los escenarios de la sociedad, desde las escuelas militares hasta la intimidad del hogar. Defendió los derechos reproductivos de las mujeres. Siempre estuvo del lado del derecho al aborto por solicitud libre y autónoma de la mujer, en un país donde esa discusión está en el corazón de las luchas políticas, culturales y sociales. Una feminista profundamente estratégica en la escogencia de sus batallas; convenciendo y seduciendo argumentalmente a sus oponentes, ahorrándose así pugilatos innecesarios. Su primera lección válida para todos, en particular para la Colombia de hoy, es que se podía disentir incluso de manera absolutamente radical con el oponente doctrinal, sin necesidad de poner en riesgo las instituciones o incluso las relaciones personales. La polarización o el odio no era lo suyo. De hecho, uno de sus grandes amigos fue el colega magistrado Antonin Scalia, ya fallecido, que fue el fundador y portaestandarte de la escuela jurisprudencial constitucional más conservadora.
La muerte de Ginsburg abre la puerta para que Trump consolide una mayoría absoluta en la Corte Suprema. Los republicanos quieren imponer la tesis, reversando la que ellos mismos arguyeron para impedirle a Obama nombrar un magistrado en su último año de gobierno, de que es al presidente actual a quien le corresponde elegir su reemplazo, independientemente de quien gane las elecciones.
De concretarse esa fullería, los conservadores y la ultraderecha controlarán las decisiones de la corte por décadas –dada la longevidad típica de los magistrados– y podrían incluso decidir el próximo presidente de los Estados Unidos si, como parece, la decisión sobre el ganador recae en la Corte, ante las intenciones de Trump de usar todos los recursos disponibles para obtener la reelección. Esta experiencia nos debería servir para ponderar más cuidadosamente las decisiones de selección de los magistrados para nuestras propias cortes, en particular la Corte Constitucional. La forma bastante ligera y politiquera en que se tramitan esas designaciones en Colombia no corresponde a la magnitud de las potenciales consecuencias de una equivocación. Ojalá Trump no logré reemplazar a la Ginsburg por un troglodita, por el bien de su país y el de la democracia en el mundo.
Finalmente, cabe destacar que RBG entendió el valor de disentir, de oponerse explícitamente, de hacerle ver a la sociedad que, así la mayoría conservadora se impusiera, se justificaba insistir en sus tesis progresistas. Muchas de sus opiniones, cuando fue derrotada, terminaron inspirando cambios legales. Ella demostró que, tarde o temprano, la justicia termina imponiéndose.
‘Dictum’. A la alcaldesa de Bogotá no la pueden hacer pagar políticamente su compromiso con la verdad.
GABRIEL SILVA LUJÁN