No comparto el planteamiento de algunos que consideran una mala noticia el crecimiento económico observado en el 2019. Toca, la verdad, ser de muy mala leche para desestimar un incremento del PIB superior al que han demostrado las economías supuestamente más robustas de la región; que, además, supera de lejos el promedio observado para América Latina y el Caribe. El hecho de que Colombia haya tenido una expansión del orden de 3,3 % es motivo de optimismo. Dicho esto, sí es válido, y sobre todo útil, mirar la naturaleza de ese crecimiento. Porque en materia de crecimiento económico, una cosa es una cosa, y otra cosa es otra cosa.
Al deshuesar las cifras de crecimiento salta a la vista el hecho de que los sectores que en otra época se llamaban ‘el sector real’, como si el resto de la economía fuera imaginario, siguen sin recuperar una dinámica que contribuya a la generación de empleo. La tasa de crecimiento del sector industrial es la mitad de la del conjunto del país, indicador bastante desalentador teniendo en cuenta que la devaluación de los últimos cuatro años ha reforzado su competitividad cambiaria frente a las importaciones. La agricultura crece a dos tercios de la tasa general de la economía, y la construcción, que tendría un inmenso potencial para absorber la mano de obra informal proveniente de la inmigración venezolana, como lo hizo con la migración rural urbana en los setenta y ochenta, sigue decreciendo en más del 1 %.
El sector financiero muestra un crecimiento muy significativo: 5,7 % en el 2019. Eso que algunos consideran tenebroso, entre ellos el precandidato y senador Jorge Enrique Robledo, es en realidad un buen indicador que anticipa que la inercia del crecimiento se proyectará hacia adelante. Ese crecimiento está asociado a la mayor productividad de la actividad financiera, resultado de la impresionante y acelerada digitalización en la que se han embarcado la mayoría de las entidades del sector. A ello se le suma que, apalancados en las nuevas tecnologías, las entidades han logrado incrementar los niveles de bancarización y formalización financiera, incorporando a millones de colombianos a un sistema institucionalizado de transacciones y de crédito.
El segundo sector líder en crecimiento es el público, con 4,9 %. Los ortodoxos con seguridad estarán levantando una ceja y mirando con escepticismo esa fuente de crecimiento de la economía. El problema del gasto público no reside en su expansión, sino, más bien, en la capacidad de pagarlo. Con un recaudo de impuestos que crece en 10 %, aproximadamente, parecería que ese crecimiento es sostenible sin agravar el déficit fiscal. Otro problema diferente, que es el verdaderamente urgente y desafiante, es quiénes son, desde la perspectiva social, los beneficiarios de esos incrementos del gasto público. Desafortunadamente, la forma como se distribuyen los subsidios fiscales y los privilegios pensionales sugiere que ese incremento en el gasto público poco está contribuyendo a la reducción de la desigualdad.
Finalmente, donde sí es necesario hacer un severo llamado de alerta es en el frente externo, como lo hizo recientemente el gerente del Banco de la República. El déficit comercial y en cuenta corriente tiene cara de haberse vuelto estructural. En un escenario internacional de creciente volatilidad y vulnerabilidad, con coronavirus y otras enfermedades –estas políticas, que ahora pululan en las democracias de los países desarrollados–, no es buena idea tener un sector externo tan debilitado y en desequilibrio crónico. La sostenibilidad del crecimiento dependerá esencialmente de que el sector externo cambie radicalmente de rumbo.
‘Dictum’. El colapso de la credibilidad de la justicia, reconocido por el nuevo presidente de la Corte Constitucional, obliga, no solo al Gobierno sino a toda la sociedad, a tomar cartas en el asunto.
GABRIEL SILVA LUJÁN