Giro en la política

Las elecciones en Estados Unidos pusieron a pensar a varios analistas. La victoria de Donald Trump, inexplicable para algunos biempensantes a quienes no les cabe en la cabeza que un "misógino, xenófobo y convicto" hubiera podido ganar, deja lecciones, muchas de ellas aplicables a Colombia.

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Trump no ganó por estar expuesto a condenas, haber sido complaciente con la toma del Capitolio en el 2021 o por sus múltiples escándalos sexuales. Es innegable que, para muchos, su discurso, por lo demás plagado de mentiras e imprecisiones y que resulta en ocasiones desafiante ante la justicia y la democracia misma, pueda ser atractivo. Ese estilo desabrochado, políticamente incorrecto, se llega a confundir con el de alguien que dice las cosas como las piensa sin mayores filtros. Un discurso que le permite presentarse como un "outsider". Estos factores puede que hayan reforzado su imagen ante una base conservadora y fanática, pero no explican por qué ganó –o por lo menos no perdió– en sectores tradicionalmente demócratas, como los sindicatos, las mujeres, los jóvenes, los afrodescendientes y algunos segmentos latinos.

Puede parecer de Perogrullo, pero Trump ganó, en gran medida, porque más que ofrecer un programa de gobierno supo encarnar emociones. A pesar de sus reconocidos defectos y la animadversión de una gran parte de sus propios votantes, interpretó y conectó con los miedos del electorado. Por más precaria que haya sido su campaña en términos intelectuales, convenció de que la economía y la migración podían poner en riesgo los valores y el gran sueño americano, más que la prohibición del aborto o cualquier otra causa identitaria que tanto cala en sectores de izquierda.

Algo parecido podría pasar en Colombia. Es dable anticipar que la carrera presidencial será anémica en propuestas sensatas y estará cargada de emociones. No ganará necesariamente el que tenga un mejor plan de gobierno o el más destacado equipo programático. Tampoco ganará el que le convenga más al país por su preparación, trayectoria y pulcritud. Desafortunadamente, tendrá más chances de ser presidente el que sepa despertar y encarnar de mejor manera el caldo biliar. Desde la derecha se satanizará al progresismo y se apelará al miedo que produce la inseguridad en todos sus aspectos y cuyo culpable es, según ellos, el presidente Petro. Desde la izquierda, buscarán acusar al establecimiento de sus propios fracasos y recordar la historia de violencia y de opresión a manos de las oligarquías que quieren regresar al poder. Es decir, se apelará al miedo del pasado.

La política vivida y expuesta como emoción al cuadrado, desligada por completo de una visión mínimamente racional capaz de enfrentar los problemas de fondo del país y ofrecer soluciones fundamentadas en factores y variables a la altura de su complejidad, desde un principio es manipulativa y trata a los electores como menores de edad. La población que sufre los estragos de la violencia crónica, la pobreza, la corrupción y el clientelismo no puede seguir siendo caja de resonancia de pulsiones ciegas y convertirse ella misma en la validadora de las emociones que se le proyectan. Quienes aspiren al más alto cargo de la nación deberían renunciar a degradar de ese modo la condición humana de sus posibles electores.

Ahora el baremo para entrar en la arena política ha descendido. Si se trata de suscitar emociones, ya sobra la carrera de estadista. El ejemplo de EE. UU., sin embargo, no debe ser copiado en Colombia. El recurso a las emociones políticas como medio principal de la lucha electoral aquí ya produjo una guerra civil y por ser deliberadamente manipulativo no construye ni profundiza la democracia. Por lo menos no la que necesita este país.