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Opinión

Hartazgo

El gran reto de quien pretenda gobernar este país con responsabilidad será liberarse del pesimismo generalizado como único argumento.

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En 1979 el presidente Jimmy Carter pronunció un famoso discurso al que se lo recuerda como el "malaise speech". Carter declaraba la existencia de un malestar colectivo que afectaba la economía y ponía en riesgo los valores y el futuro de los Estados Unidos. Acusaba a la sociedad y al sistema político de carecer de propósito y haber caído presa del egoísmo y el consumismo. Si bien invocaba la necesidad de un cambio, su discurso fue leído como un mensaje de pesadumbre. El fatalismo de sus palabras marcaría su derrota frente a Ronald Reagan en 1980.
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Estados Unidos atravesaba momentos aciagos. A las resonancias de la guerra de Vietnam se les sumaban la crisis del petróleo, las tensiones con Irán y la desaceleración económica. Un coctel que minaba el optimismo de la sociedad. El "malaise speech" retrataba adecuadamente el estado anímico colectivo, pero fue demoledor en términos políticos. Reagan, que también supo interpretar ese malestar, con un discurso propositivo de esperanza y renovación le dio la vuelta al desaliento y ganó la presidencia.
Esta anécdota deja lecciones para Colombia. Se avecinan comicios marcados por una profunda crisis política y social en la que el cansancio se instala como única herramienta política en algunos sectores. Hoy, quizás más que antes, pareciera que la exclusiva forma de acercarse al electorado fuera apelando al hartazgo. No hay una política a favor de nada, sino una en contra de todo y de todos.
La unidad nacional como propósito encaminado a resolver los problemas cotidianos y garantizar el bienestar de millones de ciudadanos se esfuma entre el ruido de los insultos.
El discurso político refleja, al tiempo que promueve, un pesimismo generalizado. Hartazgo que se traduce en desconfianza y rabia. Las frustraciones en materia de seguridad, economía, calidad de vida, entre otras, terminan en un embudo de emociones que canalizan cuidadosamente los extremos para así poder capitalizarlo electoralmente. Reducen el debate público a un caldo biliar prolífico de epítetos, pero carente de propuestas y de soluciones concretas.
Desde el Gobierno operan como si estuvieran en la oposición cuestionando la institucionalidad misma. Y desde la oposición no hay propuesta distinta a los ataques y objeciones frente a cualquier cosa que haga la istración. Una política de trincheras que hiere de muerte a la democracia porque, más que ciudadanos con consciencia pública, se incuban mártires de causas personalistas desprovistas de sentido y grandeza colectivas. No se sale del círculo vicioso donde se promueve el tono incendiario de áulicos y fanáticos que, con el megáfono de las redes a la mano, tienen como única consigna desangrar a sus enemigos. La unidad nacional como propósito encaminado a resolver los problemas cotidianos y garantizar el bienestar de millones de ciudadanos se esfuma entre el ruido de los insultos.
Así parezca inevitable caer en la mezquindad de los líderes que solo saben crecer manipulando emociones a su medida, el gran reto de quien pretenda gobernar este país con responsabilidad será liberarse del hartazgo como único argumento. Están dadas las condiciones para abonar una solución política que reencauce el evidente y justificado malestar social, en un proyecto creíble y que les devuelva la esperanza a los colombianos.
Reagan puede que en todo lo demás no sea el mejor ejemplo, pero es la demostración de que, en los momentos de crisis y malestar, los pueblos claman por un propósito común. Es necesario que alguien, despojado de la nimia milimetría política que caracteriza a muchos "presidenciables", se dé a la tarea de convertir las frustraciones en esperanza, los odios en propuestas, y al país en algo más grande que el cuadrilátero de los vetustos extremos. La mirada debe ponerse en Colombia. La política que se mantiene parasitando en los odios y resentimientos mutuos nace y se reproduce en el hartazgo, y a ella no se le puede confiar nuestro futuro.

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