Las próximas elecciones guardan, en apariencia, un esquema similar a las de 2018. Las tres principales fuerzas electorales son las mismas. No obstante, hay dos circunstancias hoy que llevan a que estas fuerzas adquieran una composición y una naturaleza de acuerdos políticos muy distinta.
En el 2018, por un lado, la influencia electoral de Uribe era suficiente para imponer un candidato del espectro ideológico que iba del centro a la derecha. La clase política que no estaba en el Centro Democrático se veía obligada, en mayor o menor medida, a negociar con el candidato de Uribe para hacer parte de su coalición en las elecciones presidenciales y, luego, del gobierno de Duque. De otro modo quedaba por fuera del manejo de los recursos del Estado central, como ocurrió con algunos políticos profesionales que no se fueron con Duque ni en primera ni en segunda vuelta, ni tampoco hicieron parte de su bancada en el Congreso.
Por otro lado, la centroizquierda de entonces, en cabeza de Sergio Fajardo, y la izquierda, en cabeza de Petro, no tuvieron dentro de su estrategia establecer puentes con la clase política como un recurso para ganar las elecciones y eventualmente construir gobierno. Los políticos profesionales no eran bienvenidos por esos lados, toda vez que el discurso de Petro y Fajardo se fundaba en su estigmatización como los causantes de toda la corrupción del sistema democrático en el país.
Las circunstancias en 2022 apuntan a que la clase política puede llegar muy dividida a las elecciones. En primera vuelta no sería extraño que Equipo Colombia y
el uribismo fueran
por separado.
Las circunstancias actuales son otras. El desgaste de Uribe es notorio. El candidato del Centro Democrático, Óscar Iván Zuluaga, no alcanza a despegar. De hecho, el Equipo Colombia, la coalición que hoy en día aglutina la mayor parte de la clase política, prefiere navegar en barcos separados y le niega la entrada a Zuluaga. Pareciera que Fico y compañía creen que la decreciente popularidad de Uribe los puede perjudicar en la campaña. También puede ser que no quieran perder adhesiones de políticos indecisos de otros partidos, como los liberales y los de Cambio Radical, que no se sentirían cómodos si van a estar sujetos a un papel protagónico del uribismo.
La otra circunstancia es que ahora no es claro que, si el candidato del Equipo Colombia pasa a la segunda vuelta, esta coalición sea el lugar natural donde van a ir a parar la mayoría de los votos de la clase política. A diferencia de 2018, Petro está comprometido en abrirles un espacio dentro del Pacto Histórico, al punto de sacrificar las aspiraciones electorales de aliados incondicionales y de sorprender a sus seguidores con alianzas con Luis Pérez y el pastor Saade. Pueden ser muchos más votos. César Gaviria, en la entrevista con este diario el pasado fin de semana, se mostró abierto a posibles acuerdos del liberalismo con Petro, a la vez que acusaba al gobierno Duque de haber gobernado para los grandes empresarios. Además, Petro no es el único lugar donde los renegados de la clase política pueden ir a parar con sus votos. Rodolfo Hernández es otra opción.
En consecuencia, las circunstancias en 2022 apuntan a que la clase política puede llegar muy dividida a las elecciones. En primera vuelta no sería extraño que Equipo Colombia y el uribismo fueran por separado y una parte significativa de liberales y ‘verdes’, con Petro. Es más, si logran vencer a la Coalición de la Esperanza, el candidato del Equipo no tendría asegurado el espectro de los votos de la centroizquierda hacia la derecha. Los políticos profesionales podrían llevarse muchos de esos votos hacia Petro. Eso sin mencionar si es Rodolfo Hernández quien pasa a segunda vuelta con Petro y los políticos profesionales se van a subasta.
El futuro de las elecciones pasa, entonces, por las probables alianzas entre populistas con políticos profesionales. ¿Les alcanzará para ganar? Y si ganan, ¿cómo serán los acuerdos de gobierno?
GUSTAVO DUNCAN