Cual embarcación que ha extraviado los instrumentos para la correcta navegación, sin ancla para detener el bamboleo de navío a la deriva en las olas y las borrascas de un clima desquiciado, sin capacidad para encauzar el rumbo, con el timón atascado, el cuarto de máquinas inundado, sin capitán, sin timonel, inexorablemente, Bogotá navega hacia su propio naufragio, encallado como territorio no sostenible.
Por supuesto, el símil con la que se introduce la presente nota, aunque para algunos no sea comprensible la palabra navegar, no es la exageración de un caribeño nostálgico de la ausencia de mar. Ni más faltaba. Debo decir, entonces, que es la comparación que sirve para mostrar gráficamente la circunstancia que padece el territorio de la capital de la República, en un contexto que los científicos del mundo han calificado de ‘catástrofe climática’, entiéndase como desbarajuste del clima por causa de los gases de efecto invernadero (GEI), producto de las emisiones emanadas por el calentamiento de los combustibles que mueven la economía y el consumo mundial: petróleo, carbón y gas.
Estudios de impecable validez científica nos informan que por cada recorrido que hacemos los s del sistema TransMilenio es como fumarse diez cigarrillos en cada trayecto
Bogotá, ciudad en la que vivo hace casi treinta años, está grave de muerte, encallada en el lodazal de circunstancias (pecados capitales) que, en un futuro no muy lejano, la llevarán a convertirse en el territorio no apto para la vida humana. Estudios que han realizado entidades gubernamentales oficiales, hablo del Ideam, han señalado que Bogotá es uno de los territorios más frágiles a las consecuencias del fenómeno conocido como cambio climático que la llevaría a situaciones de escasez de agua apta para el consumo humano y hambrunas por falta de alimentos, todo ello en un horizonte de tiempo entre diez y quince años; vale decir, a la vuelta de la esquina.
Así pues, a la advertencia apocalíptica de la entidad gubernamental encargada, entre otros aspectos, de la observación meteorológica y climática del país, recibimos la desalentadora noticia de la carga de contaminación del aire de Bogotá (se han decretado dos emergencias en este primer semestre) que produce diez muertes diarias por enfermedades asociadas a su mala calidad del mismo. Estudios de impecable validez científica nos informan que por cada recorrido que hacemos los s del sistema TransMilenio es como fumarse diez cigarrillos en cada trayecto, es decir, un paquete de cigarrillos en dos trayectos diarios. Resultado: cáncer a mediano plazo. Entonces, el primer pecado capital que encalla el navío se llama aíre contaminado. La ciudadanía, por ignorancia o desconocimiento informativo, se mantiene adormecida, día tras día, en la placidez de la muerte indolora por la inhalación de CO2 de las emisiones móviles y fijas de la ciudad.
Afuera, el clima se desquicia. Acá, otras circunstancias de la inviabilidad del territorio habitado por antiguas comunidades que aprendieron a vivir en un prefecto equilibrio con el agua, hoy se sorprenderían de los niveles de contaminación de los recursos hídricos (los que han sobrevivido) de la ciudad. Las aguas subterráneas, robadas por negocios mafiosos y las superficiales contaminadas por las aguas servidas. Las quebradas y el emblemático río Bogotá son cloacas a cielo abierto. Los escándalos mediáticos y decisiones judiciales, sin echar carreta, son el sustento mediático de negocios criminales billonarios. Así, pues, el segundo pecado capital es de las aguas (propias o ajenas) o fuentes hídricas contaminadas.
En otros mundos, alarmados, se movilizan exigiendo acciones para detener la anunciada catástrofe climática. En Bogotá, la enajenación es casi total. El modelo de crecimiento urbano, contrariando normas y estudios científicos que indican lo contrario, se insiste en la expansión urbana y la modificación, legal e ilegal, de los usos del suelo variando usos para agricultura en tierras urbanizables. Desoye el modelo expansionista las advertencias de las autoridades nacionales de la vulnerabilidad en seguridad alimentaria como consecuencia del cambio climático. En síntesis, un tercer pecado de crecimiento urbano depredador y expansivo.
Por supuesto, es fácil evidenciar muchos más pecados que matan a Bogotá. Sin metro, sin área metropolitana, deforestada y ‘encauchetada’ su tierra, movilidad caótica, contaminante y, el peor de los pecados, sin ethos, sin dolientes, sin amor propio. ¿Habrá que preparar el Caribe para asumir la capital en una década? Decide.
@tikopineda