El mundo económico está atónito con la improvisada guerra arancelaria global bajo Trump 2.0. Recordemos que lo intentado por Trump 1.0, en 2017-2018, no había dejado nada positivo en alcance de objetivos Maga. Si bien se había acertado entonces en identificar el problema que generaba la expansión comercial de China, irrespetando reglas fundamentarles de la Organización Mundial del Comercio (OMC), pronto se hizo evidente que elevación unilateral de aranceles a China no generaría repatriación de capitales ni oleada ‘onshore’ hacia Estados Unidos.
‘Ex post’, se ha calculado que el arancel promedio a importaciones realizadas por Estados Unidos se había elevado moderadamente de 3 a 6 % en 2019, sin generar mayor inflación. Además, las firmas habían absorbido esos mayores costos, sin oleadas ‘onshore’, gracias a que los lideres tecnológicos venían desplazándose hacia lugares alternativos en Asia (incluyendo India) por el encarecimiento relativo observado en China.
Pero ahora los aranceles a las importaciones desde China los ha escalado Trump a +125 % y explayado sobre insumos que afectan múltiples sectores en Estados Unidos. Esto está generando mayor inflación (ahora al 3 % anual) e incertidumbre sobre cómo acoplar la producción inmediata. Y, por supuesto, este improvisado esquema comercial de pare-siga impide planear cualquier esquema ‘onshore’ hacia Estados Unidos.
Han olvidado Trump y sus áulicos las enseñanzas profundas (algo contraintuitivas) de David Ricardo (por allá en la Inglaterra de 1817). Este concluía que el mayor bienestar productivo global se generaba no con la “ventaja productiva absoluta” (todos produciendo de todo), sino aplicando el principio de la “ventaja comparativa relativa” (los países deben especializarse en producción de bienes y servicios donde tiene las mejores condiciones). De esta manera, si los países proceden a intercambiar su producción, estarán consumiendo los bienes producidos al menor costo. Por eso Inglaterra terminó especializándose en la producción de textiles y los intercambiaba por los vinos producidos en Portugal, ambos beneficiándose de “sus ventajas relativas”.
Los analistas consideran que, en vez de intentar alterar este principio económico elevándoles aranceles a países amigos (Europa, Canadá y América Latina), Trump ha debido invitar a este bloque a elevárselos conjuntamente a China en 2025. Esta era la mejor forma de preservar la “ventaja comparativa global” y de combatir las prácticas de China sobre el ‘dumping’ generalizado.
Otra arista sobre lo obtusas que resultan estas políticas Trump 2.0 es que no consideran el balance comercial de los servicios, donde Estados Unidos es superavitario. Si los países con déficits comerciales en servicios le aplicaran impuestos para corregir dicho desbalance, Estados Unidos enfrentaría tasas del 10-20 %, especialmente a las exportaciones tecnológicas y de servicios financieros.
Los analistas consideran que, en vez de intentar alterar este principio económico elevándoles aranceles a países amigos, Trump ha debido invitar a este bloque a elevárselos conjuntamente a China en 2025
En síntesis, los déficits comerciales no son un problema económico en sí mismo y, de hecho, los capitales los financian fácilmente en montos de 2-3 % del PIB anualmente. Y cuando se complementan con superávits en la prestación de servicios, se tienen grandes beneficios. Es hora de que Trump reflexione sobre el gran daño económico que viene haciendo a su economía y ojalá alguien le recuerde la “ventaja comparativa”.
El mercado accionario registraba -18 % anual en Estados Unidos a mediados de abril y ahora solo -4% anual, gracias al postergamiento de dichos aranceles, supuestamente promoviendo negociaciones que los aminoren. Y Petro debería aprender también que los déficits comerciales de Colombia en sus sectores industriales se balancean parcialmente con los superávits comerciales en los frentes minero-energéticos. Gracias a esta especialización, Colombia venía modernizándose, hasta que Petro nos puso en el actual paréntesis histórico de 2022-2026.
SERGIO CLAVIJO