Cada feminicidio duele, despierta la ira colectiva y recuerda que es un crimen que arropa directa o indirectamente a la sociedad. Pero, al final, no pasa nada relevante.
Ese ‘relevante’ se refiere a la necesidad de entender por qué es grave que a una mujer la maten por su condición de género, que el feminicidio no es una ‘pataleta’ feminista y por el contrario es un delito documentado y reconocido a la luz de los estándares internacionales de justicia. Por eso, cada sector de la sociedad, incluyendo con mayor protagonismo a los medios de comunicación, debe asumir su parte de responsabilidad en la prevención, acción y educación sobre el tema.
El último feminicidio mediático fue el de la brillante patinadora y deportista Luz Mery Tristán.
Repudiable, triste y, desafortunadamente, el caso perfecto para analizar los profundos vacíos y el gran desconocimiento que persiste sobre la violencia de género.
La dolorosa situación personal que afrontaba la primera campeona mundial de patinaje no es ajena a la de otras mujeres. Se ha difundido, por años, la versión equívoca de que las mujeres maltratadas física y sicológicamente solo están en los estratos bajos, por falta de educación y oportunidades y que aquellas que consienten relaciones victimizantes es porque les gusta.
Nada más alejado de la realidad. La violencia de género, en todos sus espectros y modalidades, ha estado enquistada en los estratos altos y entre las mujeres preparadas y ‘estudiadas’, pero se ha disfrazado, naturalizado y maquillado de tal manera, que su mismo entorno social los obliga a silenciarla o rebautizarla con otros apelativos.
Se ha difundido, por años, la versión equívoca de que las mujeres maltratadas física y sicológicamente solo están en los estratos bajos.
En el caso de Luz Mery, los audios que están en poder de las autoridades dejan un testimonio claro de la situación que ella estaba afrontando con su victimario, el empresario Andrés Gustavo Ricci García, y también el círculo vicioso de violencia que las víctimas creen que pueden enfrentar y hasta modificar. “Él es celoso, pero yo lo puedo cambiar”. No solo es la frase que se repetía Luz Mery. Es la misma que miles de mujeres reivindican en nombre del amor.
Lo cierto, en la realidad y en los estudios académicos de universidades de América Latina y Europa, es que la persona (sea hombre o mujer) que tiene un perfil violento, caracterizado por comportamientos que la sociedad normalizó como los celos, la posesión, el control de la forma de ser o actuar de su pareja, y el chantaje económico, entre otros, en un alto porcentaje no abandonará esos rasgos. Por el contrario, muchas veces los acentuará con acciones excesivas como la violencia física que termina en el feminicidio.
El perfil de Ricci García encaja en esta descripción y es lo que la Fiscalía está argumentando en la acusación en su contra. No en vano, el 6 de diciembre de 2017 su exesposa, valientemente, había hecho público en su muro de Facebook una denuncia, en tono de desahogo, sobre la violencia que afrontaba: “Yo decidí dejarlo la última vez porque casi me mata y encima de eso me quería hacer sentir culpable”.
El miedo, la vergüenza social y el perdón que refuerzan el comportamiento machista difícil de identificar, y que en algunos casos llega a la misoginia, fortalece la reincidencia. El golpe, la palabra lacerante, el abuso justificado en los celos. Luego la disculpa, el llanto arrepentido, las flores, el regalo… y, días después, un nuevo golpe. Un círculo vicioso que parece imposible fracturar.
Pero hay más. A esto se suma la falta de capacitación en las salas de redacción de los medios, y el sentido común de las y los periodistas para hablar de feminicidio o cualquier otra violencia.
Se creía que la lección estaba aprendida con el caso de Valentina Trespalacios, quien además de ser asesinada de forma barbárica fue revictimizada con los titulares de prensa y videos publicados sin ningún estupor. Pero, Luz Mery nuevamente nos llevó al escenario de la vulneración de la dignidad de las víctimas.
Tanto por aprender y tantas mujeres por salvar. Por ahora, que un número, el 155 de la Policía Nacional, siga apoyando en algo. No Es Hora De Callar.
JINETH BEDOYA LIMA