Agobiados por la desigualdad de ingresos, la deuda estudiantil y la influencia corruptora del dinero en la política, en septiembre y octubre de 2011, jóvenes y no tan jóvenes de Estados Unidos se volcaron a los parques a protestar, en lo que se conoció como el movimiento Occupy Wall Street o del 99 por ciento. Parecía que acampar y dormir allí tenía sentido porque solo faltaba un empujoncito para que el capitalismo, en su epicentro, se viera forzado a su redefinición. Pero el movimiento se diluyó por la falta de enfoque y de agenda clara. Similar destino aconteció con los indignados del 15M en España en 2011, a quienes solo les alcanzó para impulsar, muchos sin querer, un partido como
Podemos.
En ambos casos se podían dar el lujo de fracasar porque son sociedades que desatan sus fuerzas productivas y llegan al envidiable 3,5 por ciento de desempleo, como Estados Unidos, o se trata de la pacífica y casi siempre atractiva España. Pero en Colombia la protesta y el comité de paro no pueden, no debieran naufragar, o terminar siendo mero abono para el crecimiento electoral de ciertos partidos. Aquí se hace inaplazable transformar una de las sociedades posiblemente más indolentes del mundo. Una que consiente que miles y miles de sus ciudadanos deambulen muertos en vida por las calles, que no se ocupa por la suerte de millones de inmigrantes que expulsa y que tampoco se toma en serio tasas de desempleo encubierto superiores al 50 por ciento. Menos aún se ocupa de la productividad y la competitividad como la cuestión política fundamental, como señala Paul Krugman, aunque la pobreza no se pueda bajar si no se altera radicalmente el perfil productivo e industrial del país.
Es como si se tratara de la defensa de una típica economía de enclave. ¡Qué horror decirlo! Pero el presidente Duque celebra casi eufórico un aumento del 25 por ciento de la inversión extranjera directa entre enero y septiembre, aunque omite decir que el giro de utilidades y el pago de dividendos en dicho periodo fue de 10.813 millones de dólares, según cifras del Banco de la República. Exactamente el mismo monto de toda la IED este año, lo que agrava el desbalance en la cuenta corriente en 0,6 por ciento, por lo que el año cerrará con un amenazante déficit del 4,5 o 4,6 por ciento del PIB. Una inversión que se concentra en minería, petróleo y servicios financieros, que genera poca transformación económica y empleo, que no está teniendo transferencia tecnológica y que, en varios casos, no hace más que sustituir inversiones nacionales.
Tampoco se menciona la lamentable caída del 5,5 por ciento de las exportaciones, el aumento del 3 por ciento en las importaciones entre enero y octubre de 2019, el abismal déficit comercial con China o el ya significativo con Estados Unidos. Así, la reforma tributaria puede terminar siendo, en efecto, una excesiva gabela para que la inversión extranjera tenga mayor margen en el giro de utilidades o para que los empresarios sigan más satisfechos con el atractivo mercado interno, porque les da pereza exportar. En medio de la temeraria euforia, menos se menciona el multimillonario y difuso presupuesto del sector comercio, industria y turismo, con los patrimonios autónomos de entidades como Procolombia, que alcanza o sobrepasa los 280 millones de dólares, y para un resultado tan aciago.
Es ahí donde el comité de paro debe acudir a la sensatez y al equilibrio entre peticiones de corto plazo, fácilmente negociables, y las demandas estructurales que apunten a un país exportador, con pleno empleo y ganancias sustanciales de productividad. Solo así se podrá incluir a los que sobran. Nada ganan los estudiantes con la inversión de ingentes recursos en educación para tener que emigrar por falta de oportunidades.
El comité de paro no puede creer que la movilización nacional le dio un cheque en blanco para apuntalar discursos mamertos, trasnochados o pliegos estrafalarios de 104 puntos. Ni siquiera está allí representado el discurso de la clase media y de los jóvenes profesionales. Si siguen así, el fracaso será seguro.
JOHN MARIO GONZÁLEZ