Dado el deterioro del tejido social y de conductas viciosas extendidas al conjunto de la sociedad, hacer política sana en Colombia supone casi un apostolado. Quienes han peregrinado el país en busca de los mejores elementos, y se mantienen indemnes, tienen al menos la ventaja de poder echar mano de un equipo de confianza.
Ese era el camino que estaba llamado a recorrer Alejandro Gaviria con la recolección de firmas. Lo único a lo que no podía renunciar era a su propio consejo de no convertir la vida en la búsqueda afanada y obsesiva de un único objetivo, como lo receta en su libro Alguien tiene que llevar la contraria, pág. 44. Sí o sí podía cosechar un triunfo, aun sin vencer en las urnas, y de paso construir un símbolo. Pero se arrojó a la arena de las maquinaciones políticas y se encontró con la dificultad de explicar cómo critica a Iván Duque a la vez que recibía el apoyo del Partido Liberal, que le vota todo, o casi todo, al Gobierno.
Un yerro de cálculo, convertido en obstáculo, que pudo impulsarlo a subestimar el trasfondo del pulso político de Fajardo frente al expresidente Gaviria. Es que el exgobernador de Antioquia sería tal vez el presidente de haber aceptado la maquinaria liberal en el 2018, una osadía inédita en la historia política del país que pocos reconocen.
Claro, algunos traspiés tampoco invalidan, ni más faltaba, el valiosísimo potencial aporte de Alejandro Gaviria. Pero deberá aterrizar muchos de sus planteamientos, como el de la seguridad o, según él, la locura del prohibicionismo de las drogas, porque los candidatos del centro pueden pecar de libertarios o progresistas y confundirse con el petrismo. Porque, además, ¿qué sentido tiene llegar a la presidencia para darse cuenta de que la realidad es otra?
Muchos de esos mismos Verdes votarán por la consulta de Petro, y luego en marzo debilitarán al candidato de la Esperanza acarreando discípulos hacia el Pacto Histórico.
En el mencionado libro, págs. 77-84, Gaviria se explaya en una diatriba contra la guerra a las drogas, aunque su principal cita es posiblemente falsa. Muy cuestionada por historiadores y adjudicada por el tendencioso periodista Dan Baum a John Ehrlichman, exasesor de Richard Nixon, según la cual la guerra contra las drogas era una herramienta política contra los negros y hippies.
Pero si por el lado de Gaviria llueve, por los de la Coalición de la Esperanza no escampa. Ahora resulta que lanzarán listas conjuntas al Congreso con la Alianza Verde. Un error que podría resultarles muy costoso. Claro, no les ha importado que el mismo partido que ha vendido la imagen de la antipolitiquería tenga un ‘dueño’ condenado por corrupción y exsocio del 'Tuerto' Gil.
Menos les importa que encandilen al país con la fábula del anticlientelismo, aunque corren presurosos a acallar las acusaciones de clientelismo del concejal de Bogotá Martín Rivera. Pero las orejas del burro asoman en la disparada de la contratación de la Alcaldía y de la Secretaría de Gobierno. Por algo un partido que fue uno de los grandes ganadores de las elecciones de 2019 está en una profunda crisis.
Pero ahora resulta que los candidatos sin mayor organización de la Esperanza y el Nuevo Liberalismo trabajarán para elegir a las estructuras de la Alianza Verde. Y lo peor, muchos de esos mismos ‘verdes’ votarán por la consulta de Petro, y luego en marzo dinamitarán al candidato de la Esperanza con la división y el acarreo de discípulos hacia el Pacto Histórico. Bonito negocio.
Las contradicciones, los vicios y la falta de definición programática del llamado centro puede no solo debilitarles el discurso anticlientelista, sino ahogarlos como alternativa en una contienda que casi con certeza se tornará agria y polarizada. Puede que el péndulo político, lo he dicho antes, los favorezca, pero no será por siempre. Chile es buen ejemplo. La derecha fue ampliamente derrotada en las elecciones regionales de junio, pero se han creado tal incertidumbre y desorden que en brevísimo tiempo se reinventaron y tienen a José Antonio Kast a las puertas de hacerse con la presidencia.
JOHN MARIO GONZÁLEZ