La semana entrante tendrá lugar la reunión anual del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional en Marrakech. Es la tercera de las reuniones de alto nivel de este año en la cual estarán sobre la mesa los grandes temas económicos mundiales. Las anteriores fueron el Foro Político de Alto Nivel de las Naciones Unidas en Nueva York y la cumbre del Grupo de los 20 en Nueva Delhi. Quedará pendiente la reunión anual de la cumbre de cambio climático que tendrá lugar en Dubái desde fines de noviembre.
Los retos identificados son inmensos. El más importante es el inmenso atraso en alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible acordados en la ONU en 2015 y que deberían ser alcanzados en 2030, entre ellos los gigantescos retrasos en materia social (retroceso en seguridad alimentaria, por ejemplo) y en la lucha contra el cambio climático.
En ese contexto, el secretario general de la ONU planteó desde comienzos de año tres grandes necesidades: la ampliación significativa del financiamiento para el desarrollo, el apoyo especial para países que enfrenten desastres naturales o de salud pública, entre otras emergencias, y el alivio de la deuda de los países con serios problemas en este campo, que representan una tercera parte de las naciones en vías de desarrollo.
Sobre los dos primeros existe un cierto consenso, en tanto que sobre el último no hay virtualmente ningún acuerdo probable, como se reflejó en la debilidad de la declaración del G20 sobre este tema.
En la reunión de Marrakech estarán de nuevo en la agenda. Para los dos primeros hay una interesante propuesta de reforma del Banco Mundial que implica ampliar significativamente su financiamiento a los países en desarrollo, incluyendo temas que en los debates internacionales se denominan “bienes públicos globales”, como la lucha contra el cambio climático y las pandemias.
Los problemas esenciales son dos. El primero es que, para ello, el Banco Mundial tiene que ser capitalizado y existen dudas sobre la posibilidad de que algunos países aporten los recursos, ente ellos el principal accionista del Banco, los Estados Unidos. El segundo es que para apoyar la provisión de bienes públicos globales se necesita mayor asistencia oficial para el desarrollo, incluyendo el apoyo a los créditos concesionales (blandos) que habría que otorgarles no solo a los países de bajos, sino también a los de medianos ingresos.
El problema adicional es que la mayoría de los países de altos ingresos no cumplen la meta acordada hace más de medio siglo en las Naciones Unidas en materia de asistencia oficial para el desarrollo (destinar el equivalente al 0,7 % de su ingreso nacional), y tampoco han aportado los 100.000 millones de dólares anuales de apoyo a los programas de cambio climático de los países en desarrollo acordados en 2009. Sin un compromiso firme en materia de recursos, no se avanzará al ritmo necesario.
Más allá de estas metas ambiciosas, los temas de coyuntura serán centrales en los debates del Fondo Monetario. En ese sentido, el problema esencial que tiene el mundo es la combinación desafortunada de desaceleración económica con inflación. En ambos sentidos hay noticias positivas, ya que la primera ha sido menos severa de lo que se decía a comienzos del año y la inflación se está moderando en el mundo entero.
Sin embargo, los bancos centrales del mundo no consideran que este último proceso esté avanzando al ritmo necesario y por ello esperan continuar con tasas de interés altas. Más aún, la expectativa de una nueva alza de las tasas de Estados Unidos ha generado efectos fuertes en las últimas semanas, que se han reflejado en aumentos de las tasas de interés del mercado, así como en otros fenómenos, como la renovada devaluación de peso colombiano. Veremos si hay señales positivas en Marrakech, pero en todo caso la decisión clave la tomará en algunos días la Reserva Federal, el banco central de los Estados Unidos.
JOSÉ ANTONIO OCAMPO