Alguien dijo hace poco que a nadie le importaba lo que piensa un presidente de una república diminuta como Colombia en el orden político mundial y que los trinos de Gustavo Petro solo tendrían repercusiones en el entorno político bogotano. El problema es que a los colombianos sí debería importarnos que Estados Unidos considere desafortunadas las declaraciones de nuestro mandatario y que una relación con demócratas y republicanos —que entienden la política exterior como una sola— se vaya al traste por causa de la hiperactividad de Petro en las redes sociales.
Claro que debería importarnos a los colombianos que un grupo terrorista como Hamás replique los trinos de nuestro Presidente con orgullo en sus redes, sin que nadie en el Gobierno colombiano desautorice esa publicación. Y por supuesto que tendría que interesarnos que Israel decida suspender las exportaciones de seguridad a Colombia, precisamente por el activismo de un presidente obsesionado con el Twitter o X, como se llama ahora.
Ni siquiera la autoridad oficial palestina se calla frente a los actos violentos de Hamás o intenta pasar de agache. El presidente Mahmud Abás declaró sin titubeos que las políticas y acciones del movimiento Hamás no representan al pueblo palestino. ¿Por qué resulta, entonces, tan difícil rechazar con todas las letras la primera incursión terrorista de Hamás sin que eso implique callar frente a los abusos cometidos del otro lado? ¿Por qué les cuesta tanto condenar toda barbarie, venga de donde venga? ¿Es que acaso no se puede repugnar lo que hace Hamás y, al mismo tiempo, exigir que se respete el Derecho Internacional Humanitario y abogar por la vida y dignidad de la población civil de ambos lados?
La estrategia presidencial de gritar por Twitter sobre estos temas es francamente incomprensible. Las consecuencias en materia diplomática saltan a la vista, como lo he mencionado, y los impactos políticos internos, a menos de dos semanas de las elecciones regionales, son notables.
A las bases populares del petrismo, el tema de Israel-Palestina no les dice nada y, por el contrario, echan de menos que el Presidente tire línea para tratar de recomponer el desastre que pueden significar estos comicios para el Pacto Histórico y no encuentran a un líder político conectado con la realidad más próxima.
Entretanto, a los votantes más reflexivos del Pacto, les espanta –como le he oído decir a varios amigos– que el discurso de las causas sociales estructurales, con el que ganaron la Presidencia, se esté abandonando o relegando para poner en primer plano una agenda que luce bastante enredada, en la que el primer mandatario no tiene cómo ganar.
El aislacionismo en estos tiempos no es una buena noticia y, con excepción de ciertos grupos extremistas, nadie le va a agradecer al Presidente colombiano que secunde con sus evasivas a una organización que el mundo repudia. Ni Rusia o Irán van a reemplazarle a Colombia los negocios que se pueden perder con varios países de Europa, Estados Unidos y el propio Israel si se persiste en esta posición, ni China va a aceptarle los cambios en la ruta del metro que tanto lo mortifican, por decir lo que está diciendo.
Esta apuesta desestructurada y terca del Presidente es inconveniente para alguien que quería proyectarse como un líder continental y que, por cuenta de los 25 trinos diarios, que en promedio publica, ahora se ve como un político errático e impulsivo.
Mientras tanto, el canciller Álvaro Leyva está muy ocupado bregando, en cuanto foro internacional hay, dizque para que la muerte de ‘Jesús Santrich’ no quede “impune”. Queda claro que la diplomacia colombiana se maneja por Twitter y no en el olvidado Palacio de San Carlos, y eso es realmente incomprensible.
JOSÉ MANUEL ACEVEDO M.