Los principales enemigos de los estudiantes son los vándalos. Porque atentan contra su integridad y contra su vida. Porque destruyen planteles, dotaciones y edificaciones. Porque hacen que las legítimas razones para protestar de los estudiantes pasen a un segundo plano ante las perturbaciones, los disturbios, el miedo y los destrozos que causan los vándalos.
El viernes pasado, la protesta pacífica, noble, razonada y justificada de los estudiantes sucumbió ante la infiltración y los excesos de los vándalos que descargaron su furia contra el edificio del Icetex. La voz limpia de los estudiantes fue sofocada por las bombas incendiarias, por las pedreas, por las papas bomba. La razón fue desplazada por la violencia. Los llamados pacíficos fueron silenciados por alaridos de destrucción. Los rostros sonrientes fueron sustituidos por las capuchas.
Claro que los estudiantes tenían toda la razón de protestar contra la pestilente corrupción denunciada en la Universidad Distrital, contra el uso abusivo de la plata pública de la universidad hasta en lujos y farras por directivos inescrupulosos y contra la impunidad campante que les permite a bandidos y politiqueros de cuello blanco posar de académicos respetables.
Por eso el daño mayor que les causan los vándalos a los estudiantes es que estimulan dañinos sentimientos represivos, excesos de fuerza, abusos de poder, maltratos físicos a partir de generalizaciones injustas e inconvenientes contra los estudiantes.
Algunas autoridades vuelven a creer que los estudiantes son peligrosos y que sus protestas engendran violencia. Garrafal error. Los estudiantes no son peligrosos. Son un tanque de oxígeno para la sociedad. Sus protestas no engendran violencia. Engendran –lo ha demostrado la historia universal– grandes y necesarias transformaciones. Los peligrosos son los vándalos y son los mismos vándalos los que engendran violencia.
El asunto tiene mucho más fondo. La historia es así. Después de que jóvenes sicarios asesinaron a Rodrigo Lara Bonilla se volvió frecuente para las organizaciones criminales usar menores de edad para perpetrar magnicidios y crímenes por doquier. Con mucho simplismo se pretendió construir una ecuación perversa… joven de comuna popular igual sicario en potencia. Se recrudeció la brutalidad de algunas autoridades contra los jóvenes, se violaban sus derechos humanos en requisas y redadas infames y se instaló una aproximación peligrosista del Estado frente a la juventud.
Así, los programas orientados a la juventud solían partir de una premisa muy equivocada, consistente en sostener que a los jóvenes había que atenderlos porque o si no se despertaba el sicario que habitaba en ellos. Tras un hermoso pulso democrático que ganamos en la Asamblea Constituyente se derrotó esa visión y logramos el artículo 45 de la Constitución inspirado en la infinita capacidad de los jóvenes de construir un mundo mejor a partir de sus corazones limpios, sus mentes abiertas y sus inmensas capacidades.
Ahora no podemos repetir los errores del pasado. La tarea del Estado no puede ser la de silenciar ni reprimir a los estudiantes. La tarea debe ser la de crear las condiciones para que los jóvenes puedan salvar a Colombia por la vía de volver a inspirar las grandes reformas que requiere nuestro país y la clase política no ha podido o no ha querido tramitar.
La autoridad debe ser ejercida sin titubeos para aislar a los vándalos, para detener a los violentos, para judicializar a los terroristas, pero, sobre todo, debe ser ejercida con un sentido de futuro para brindarles herramientas a los jóvenes para que construyan un mundo mejor, acompañándolos, creyendo en ellos y confiando en su bondad, en su sinceridad y en su deseo inquebrantable de combatir la corrupción, la desigualdad y la infamia.
JUAN LOZANO