Revisando los programas de gobierno de los candidatos con mayor opción para llegar a la Casa de Nariño, al contrario de lo que se piensa, se encuentra uno con algunos propósitos sobre los cuales hay cierto consenso implícito.
Por ejemplo, es reiterativa la necesidad de avanzar en inclusión. Por un lado, se habla de la relevancia de continuar y ampliar, tanto en cobertura como en monto, las transferencias monetarias a ciertos sectores de la población. Por el otro, se hace énfasis en la importancia de la atención con enfoque diferencial a grupos poblacionales vulnerables, como mujeres, adultos mayores, primera infancia, jóvenes, grupos étnicos, migrantes, población con discapacidad, LGTBIQ+, etc.
Otro punto sobre el cual se ha venido generando consenso en el país tiene que ver con la importancia del respeto y de la implementación de los acuerdos de paz. Hoy ningún candidato pide ‘hacerlos trizas’. Se destaca, además, el valor que todos le dan al punto del catastro multipropósito como un paso fundamental para promover el desarrollo rural.
En materia de educación, hay acuerdo alrededor de la importancia de ampliar la cobertura para la población de primera infancia, de avanzar en la jornada extensiva y única, de la relevancia del bilingüismo y de la necesidad de aumentar las oportunidades en educación superior. Asimismo es claro que la conectividad y la seguridad alimentaria estarán entre las prioridades de la agenda pública nacional.
Aunque hay grandes diferencias en la forma y en los tiempos, también hay cierto consenso en la necesidad de avanzar hacia una transición de la matriz energética, para que el uso de energías limpias sea cada vez mayor. El tema de fondo, que llegó con las nuevas generaciones para quedarse, es la importancia de la sostenibilidad y de la protección del medioambiente.
El siguiente factor que va a determinar el futuro que nos espera, y sobre el cual se habla poco, es la forma como el ganador se relacionará con el perdedor y con los sectores a quien este representa.
No obstante los propósitos comunes anteriores, hay dos factores que van a determinar el futuro del país.
El primero, y más obvio, es el modelo económico que se adopte. Mientras un candidato plantea que el agente de la economía y el gran generador del empleo debe ser el Estado, para el otro lo es la iniciativa privada. En el primer caso se tiene un enfoque proteccionista, se habla de “aranceles inteligentes” y de renegociación de los TLC, y se hace mucho énfasis en la palabra “democratización”. En el segundo, se habla de crecimiento sostenible para la generación de empleo y de un Estado que asume el rol de regulador del mercado. Así que el Estado crece en un caso y se reduce en el otro.
El siguiente factor que va a determinar el futuro que nos espera, y sobre el cual se habla poco, es la forma como el ganador se relacionará con el perdedor y con los sectores a quien este representa, y viceversa.
Por una parte, si el ganador profundiza la división en la sociedad con el paradigma binario de amigos y enemigos, donde los contradictores no son concebidos como interlocutores políticos válidos; si esta relación va a estar guiada por el principio de inclusión o exclusión. Por otra, si el perdedor desarrolla su ejercicio político a través de las instituciones democráticas o en las calles movilizando la protesta social. Y, finalmente, si ambos conciben los espacios que ofrecen las instituciones democráticas para gestionar el debate político en un campo de batalla y en un “juego de suma cero”, o en un escenario para la toma de decisiones guiadas por el propósito común de contribuir al bienestar general.
El futuro va a depender, entonces, del modelo económico que se adopte y de si tanto ganador como perdedor estarán dispuestos a construir alternativas sobre la diferencia o querrán ahondar aún más la polarización.
JULIANA MEJÍA