A principios de septiembre, tuvo lugar en Manchester la Cumbre Mundial de la Juventud: One Young World. Allí, en un ambiente totalmente inspirador, se reúnen líderes jóvenes de todo el mundo para escuchar e intercambiar experiencias. Si bien se habló de los temas de interés global de los que siempre se habla, los énfasis se pusieron en aspectos distintos.
En materia de cambio climático, sobresalió la importancia de los océanos. Se hace mucho por sembrar árboles en la tierra, pero dos terceras partes del planeta están cubiertas por océanos, ¿y qué se hace por ellos? El llamado fue claro: hay que tratar a los océanos con compasión, dignidad y respeto. En este aspecto, Colombia no es la excepción: no le ha dado a los océanos la importancia que se merecen en los temas climáticos.
En materia de equidad de género, hubo un llamado a la participación de las mujeres en temas de STEM (science, technology, engineering and mathematics). Menos del 30 % de los profesionales del mundo de la ciencia y la investigación son mujeres. Ellas solo representan el 21 % de los estudiantes de ingeniería y el 11 % de quienes hacen desarrollo de software. Si la tecnología es el futuro y las mujeres no participan de ella de manera semejante a los hombres, la brecha de género no solo se va a mantener, sino que se va a ampliar.
La inclusión estuvo presente en todas las conversaciones. El mensaje es contundente: “No dejar a nadie atrás”. Se reclama que quienes son impactados tengan una silla en la mesa donde se toman las decisiones para que puedan ser escuchados y no sean otros quienes resuelvan por ellos, en lugar de con ellos, como debería ser. El mismo llamado a la inclusión, que en la Cumbre se hizo pensando principalmente en los refugiados, las mujeres, los discapacitados y la población LGBTIQ+, en Colombia se hizo durante el estallido social pasado.
Todas estas reflexiones son válidas y pertinentes para el país en la actualidad y nos pueden ayudar a focalizar esfuerzos en factores que, sin duda, hoy son desencadenantes del desarrollo.
La salud mental también ocupó buena parte de las conversaciones. Los niveles generales de estrés y miedo en la población han subido a causa del cambio climático, pandemia, guerras, redes sociales, etc. Tanto así que hoy el 20 % de la población experimenta este tipo de problemas. La invitación general fue pasar de intervenciones individuales a intervenciones sistémicas. Por ejemplo, en el caso de los conflictos armados, se habló de una segunda violencia que surge después de que se ha vivido la guerra: aquella que se traslada a la mente de cada uno, por lo que se resaltó el valor de construir espacios que les permitan a las víctimas hacer catarsis para poder sanar. El tema de salud mental no es ajeno en el país, por lo que debemos ponerle más atención al objetivo de “agregar vida a los años” y darle la importancia que se merece en la agenda de salud pública.
Dentro de las soluciones, sobresalió el papel que la tecnología puede jugar. Por un lado, ofrece a las personas una posibilidad para hacerse escuchar que antes no tenían; pero, por el otro, las está distanciando. La fuerza de la conectividad y de los teléfonos inteligentes puede cambiar la escala y la velocidad de las soluciones y nos puede traer más cerca que cualquier otra fuerza, si así lo decidimos. Hay que comprender que no es la tecnología la que produce cambios en la sociedad: al contrario, esta última es la que debe hacer los cambios en la tecnología para resolver problemas, en lugar de crear más.
Todas estas reflexiones son válidas y pertinentes para el país en la actualidad y nos pueden ayudar a focalizar esfuerzos en factores que, sin duda, hoy son desencadenantes del desarrollo: los océanos, la inserción de las mujeres en el uso de las herramientas digitales, “no dejar a nadie atrás” y la salud mental.
JULIANA MEJÍA