El sábado 4 de junio, a las diez de la mañana, falleció en San Basilio de Palenque el maestro Rafael Cassiani Cassiani. Falleció a los 88 años, mientras hacía fila para reclamar un subsidio del programa Colombia Mayor. ¿Se habrá levantado esa mañana presintiendo su muerte? ¿Sabría que esos serían los últimos ‘buenos días’ que le cantaría en vida a su aguerrido pueblo?
El maestro Cassiani fue agricultor, sabedor, compositor y voz líder de la agrupación musical Sexteto Tabalá, que en lengua palenquera significa ‘tambores de guerra’. En más de 60 años de vida musical prolífera, su potente voz se escuchó en Londres, Madrid, Barcelona, Nueva York, Copenhague, Buenos Aires, siempre en los más grandes escenarios mundiales de la música y las artes, como el Kennedy Center, en Washington D. C.
En sus cientos de composiciones les cantó a Palenque, al amor, a la cotidianidad del pueblo, dejando plasmadas la herencia africana y las memorias de libertad y resistencia de quienes han luchado por todo. También les cantó al campo, a los infortunios de la vida campesina, al sinsabor de las fallidas reformas agrarias que propiciaron el final de los ingenios azucareros en el norte de Bolívar, donde había trabajado desde joven.
Precisamente, en 'Esta tierra no es mía', una de las canciones más emblemáticas del Sexteto Tabalá, el maestro Cassiani plasmó los fracasos del entonces Instituto Colombiano de la Reforma Agraria (Incora), disuelto por ineficaz en el año 2003: “Llegó la reforma agraria con una cosa infinita, y lo malo que ellos hicieron, que nos dejaron sin azúcar (...). Yo salí de cacería, lo que maté fue una lora y la perdición de Colombia desde que llegó la Incora (...). Esta tierra no es mía, esta tierra no es mía, esta tierra no es mía, esta tierra es de la nación. Llegaron a El Desengaño como una cosa que arrastra, me dijo el doctor Cortázar: Cassiani, vaya pa’ su casa”.
Con su Sexteto Tabalá, el maestro Cassiani mantuvo vivo un género único, inspirado en los sones habaneros, pero fusionados con la riqueza musical de Palenque y de los pueblos negros del Caribe colombiano. El juglar palenquero hizo que la música se convirtiera en una expresión cantada de la ancestralidad y del vivir diario de sus coterráneos.
Y, sin embargo, lo único mejor que sus composiciones y su portentosa voz era su personalidad. Su sonrisa amplia, su generosidad para compartir sus conocimientos con propios y visitantes, su empeño por potenciar el legado musical palenquero en las nuevas generaciones. Se fue un hombre honesto y apasionado por el retumbar de los tambores, la ritmicidad de la marímbula, el rechinar de la guacharaca, y las marcaciones de las claves y maracas.
En vida se le hicieron muchos homenajes, quizás no los suficientes para alguien de su estatura artística. El maestro Cassiani, el cimarrón de la marímbula y de los sones palenqueros como también se lo conocía, hablaba la lengua palenquera, y manejaba los complejos saberes de la medicina tradicional. Sus letras hoy se vuelven himnos para los amantes de los sonidos tradicionales. Su paso por este pedacito de tierra es un legado para el patrimonio cultural de los colombianos.
En las calles de Palenque el tambor pechiche está retumbando incesante desde el sábado, acompañando la despedida de un grande, del más grande. Un lumbalú por su vida se ha encendido, porque el maestro Cassiani se ha hecho eterno, porque no muere quien se inmortaliza en todo un pueblo. Por eso, como él mismo entonó decenas de veces, en el estribillo de otra de sus más aclamadas composiciones: “La vida es muy bonita, pero al fin siempre se acaba”. ¡Hasta siempre, maestro Cassiani!
KANDYA OBEZO CASSERES
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