Durante la mayor parte de la historia de la humanidad, la educación fue un privilegio de unos pocos que emplearon su conocimiento para preservar su poder político y socioeconómico. Sin embargo, a finales del siglo XVIII Francia marcó un hito al consagrar la educación como un derecho, afirmando que la instrucción es una necesidad que debe ser accesible a todos los ciudadanos. Así se sentaron las bases de la República y se vinculó la educación con la libertad y la igualdad.
Dándole forma a ello, Montaigne se refirió a que lo deseable para garantizar ese nuevo derecho a la educación no era un alumno instruido, sino instruible, pensamiento que amplió Rousseau: “Me basta con que el alumno sepa encontrar el para qué de todo lo que hace y el porqué de todo lo que cree, pues mi objetivo no es darle la ciencia, sino enseñarle a adquirirla cuando la necesite”.
Un siglo más tarde, Unamuno enfatizó una visión humanista de la educación que integraba el desarrollo individual con la participación social, formando ciudadanos libres, autónomos y conscientes de sus derechos y responsabilidades, perspectiva que resonó en la construcción de sociedades más humanizadas y en la valoración de la existencia humana.
Y aún hoy lo dicho por Montaigne, Rousseau y Unamuno o lo promulgado por la Carta de las Naciones Unidas (1945) y la Convención contra la Discriminación en la Educación (1960) sigue perfectamente alineado con lo que han señalado varios pedagogos y filósofos contemporáneos, entre ellos el esloveno Žižek, que siempre nos remite a que el profesor no debe “enseñar”, sino mostrar las posibilidades de apropiación subjetiva a sus estudiantes a través de una visión crítica, escenario en el cual la diversidad representa una ventaja comparativa.
La educación pública, gratuita y universal es hoy un derecho consagrado que debe respetarse y reconocerse porque cierra las puertas a cualquier clase de desigualdad.
De esta forma, aunque mucho más robustecido por otras visiones y perspectivas, el ideal humano de la educación como un valor transformador del individuo y de la sociedad se mantiene en la actualidad: la educación pública, gratuita y universal es hoy un derecho consagrado que debe respetarse y reconocerse porque cierra las puertas a cualquier clase de desigualdad entre las personas y, con ello, dignifica al ser humano.
Como consecuencia, el concepto de privilegio ya no cabe en las pedagogías contemporáneas. Por esto, toda política que propenda a la inclusión de sujetos con diversos orígenes socioeconómicos no solo es justa, sino, ante todo, necesaria para la compleja construcción subjetiva de los relatos colectivos que generan conocimiento.
Esto nos lleva a concluir que en Colombia los programas que garantizan la gratuidad en el a la educación y aumentan su calidad tienen, sin ninguna duda, efectos positivos en la promoción de un desarrollo económico efectivo y justo para los individuos, debido a que posibilitan la adquisición de habilidades y conocimientos que contribuyen a acrecentar la productividad y los ingresos de los colombianos.
Por todo lo anterior, podemos estar convencidos de que el gratuito a la educación superior de calidad es esencial para superar barreras como la migración juvenil y el aislamiento geográfico, pues permite que más personas se beneficien del desarrollo económico y social equitativo. Así, la educación no solo es niveladora de oportunidades, sino que también desempeña un papel crucial en la configuración de sociedades más cohesionadas e igualitarias.
En el propósito de extender la educación gratuita como oportunidad y derecho de todos los colombianos, debemos recordar que “educar no es llenar un recipiente, sino encender una llama”, como lo enunció Sócrates. Quizá esta cita, un tanto banalizada con el paso de los siglos, pueda retomar hoy su significado para todos los jóvenes colombianos. Desde la Universidad Militar Nueva Granada y otras universidades comprometidas con la gratuidad de la educación superior de calidad, queremos que en nuestros jóvenes se encienda la llama de la curiosidad, del rigor científico, de la honestidad intelectual y del compromiso con el otro y con la sociedad; pero no lo queremos para algunos “elegidos”, pues esa llama debe encenderse para todo aquel que quiera recibir educación superior, sin importar su condición socioeconómica, su lugar de vivienda ni su procedencia. Solo así en Colombia podremos tener la nación justa y educada que nos merecemos.
* Rector de la Universidad Militar Nueva Granada