La hoja de coca es la gran diplomática de los pueblos indígenas. Así la definía en la COP16 en Cali la embajadora en Bolivia, Elizabeth García, una mujer arhuaca y kankuama, quien destacó el papel central de la planta en el diálogo, la reflexión y la armonía social en sus territorios. Para las comunidades indígenas de la Amazonía y la Sierra Nevada, la hoja de coca no es un problema, sino un puente entre generaciones, un instrumento para la resolución de conflictos y un símbolo de resistencia cultural. La embajadora García nos contaba que, gracias al mambeo, el consumo ritual de hojas de coca pulverizadas y mezcladas con ceniza de ciertas plantas, los líderes y sabios indígenas han encontrado, durante siglos, formas de deliberar, alcanzar consensos y tomar decisiones comunitarias.
El uso de la hoja de coca es una práctica cultural y espiritual con diversos propósitos. Campesinos y pueblos afrodescendientes, por ejemplo, han desarrollado también sus propias formas de consumo, reflejando su importancia medicinal, nutricional y económica. En regiones como Putumayo, Cauca y Nariño, las comunidades campesinas la han integrado en su vida diaria, elaborando y comercializando productos derivados de la hoja de coca, como infusiones para aliviar el cansancio o harinas para preparar alimentos. Mientras tanto, en algunas comunidades afrocolombianas del Pacífico, donde la coca se cultiva, su masticación se ha convertido en una práctica regular para mantener la energía en condiciones de trabajo difíciles y jornadas laborales exigentes.
Eliminar el estigma mediante una estrategia global de diplomacia pública es fundamental para defender y dignificar su valor patrimonial y sostenible.
Pese a este arraigo, en el debate global sobre la hoja de coca sigue prevaleciendo una narrativa que la asocia exclusivamente con el narcotráfico. Este enfoque prohibicionista ha tenido un impacto desproporcionado en las comunidades más vulnerables, invisibilizando su potencial ancestral y sus usos legales. En los foros multilaterales, no obstante, nuestro país viene alzando la voz para cambiar la conversación sobre la coca, presentándola no solo como un reto, sino como una oportunidad. En este sentido, desde las misiones acreditadas en Ginebra y Viena logramos impulsar un conjunto de acciones para incidir en el proceso de revisión crítica de la actual clasificación de la hoja de coca como estupefaciente, con el objetivo de que el Comité de Expertos en Farmacodependencia de la OMS emita recomendaciones basadas en evidencia científica y desde una perspectiva de derechos humanos más equitativa y justa.
Con este mismo propósito, dentro de la Estrategia de Diplomacia Cultural de Colombia 2025, dejamos también priorizada una iniciativa en torno a la diplomacia de la hoja de coca. Su finalidad es precisamente ayudar a transformar la percepción global sobre la planta y posicionarla en debates sobre sostenibilidad, derechos y políticas de drogas. A través de las embajadas de Colombia en el exterior, esta estrategia promoverá una narrativa positiva sobre la hoja de coca a partir de la puesta en marcha de actividades artísticas, gastronómicas y académicas que sensibilicen a la comunidad internacional sobre su importancia cultural.
Eliminar el estigma mediante una estrategia global de diplomacia pública es fundamental para defender y dignificar su valor patrimonial y sostenible. La hoja de coca no es cocaína. Reivindicarla es, por tanto, un acto de justicia histórica, una oportunidad para reconocer la sabiduría de los pueblos que la han cuidado por centenios y una apuesta por abrir paso a economías alternativas que beneficien a las comunidades y al país. La hoja de coca es nuestra gran diplomática, y este año el mundo conocerá mucho más sobre sus usos industriales, tradicionales y ancestrales. Es hora de que esta planta milenaria sea reconocida como un emblema de paz, desarrollo rural y diálogo intercultural.
* Ex viceministra de Asuntos Multilaterales de la Cancillería