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Opinión

La letra con sangre

El matoneo docente y los problemas de salud mental han existido siempre, pero no por ello deben permanecer en el mundo que estamos construyendo.

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El mundo se construyó sobre sangre, dolor y lágrimas. Mucho sacrificio tuvo que existir para hacer los grandes monumentos, las empresas que lideran el mercado y todo el conocimiento que tenemos a la mano. En el poema ‘Preguntas de un obrero que lee’, Bertolt Brecht nos recuerda que la historia está plagada de reyes y empresarios, pero nunca de obreros o de las personas que se sacrificaron para lograr los cambios e hitos de la humanidad. Ahora, cuando hay poco por investigar, crear o edificar, el mundo nos exige reflexionar: ¿hemos llegado al progreso cuidando de nosotros y de los otros o hemos llegado a costa de la vida de otros?
La historia olvida a ese otro invisible que cuestiona la realidad para proponer una transformación. Algunos adultos, luego de los casos de suicidio que han ocurrido en las últimas semanas, quieren que olvidemos y callemos a los jóvenes que anhelan un cambio en los modelos educativos. Muchos banalizan lo que sentimos, vivimos y proponemos, pues lo ven como necedad propia de la edad. Afirman que tenemos una incapacidad para controlar nuestras emociones, ser resilientes y mostrarnos fuertes, mientras creen que castrar las emociones es lo mismo que gestionarlas. Otros afirman que exigimos mucho y aguantamos poco, nos llaman generación de cristal porque no soportamos los malos tratos y “a todo le llamamos acoso”.
A todos esos adultos que creen firmemente en la máxima de “la letra con sangre entra” y “si yo pude, ¿por qué ustedes no?”, solo les quiero decir que ustedes tampoco tenían por qué soportar esos malos tratos.
Los adultos piensan que, como a ellos les tocó sufrir y sacrificarse, todos deberían pasar por el mismo proceso. Se subieron al tren de un mundo hostil en el que aprendieron a los gritos, a los reglazos y en el que validaron, quizás porque aún no tenían el nombre, situaciones que hoy sabemos que tienen afectaciones psicológicas. A todos esos adultos que creen firmemente en la máxima de “la letra con sangre entra” y “si yo pude, ¿por qué ustedes no?”, solo les quiero decir que ustedes tampoco tenían por qué soportar esos malos tratos.
Sin embargo, quiero aportar una causa raíz para los casos que han sucedido recientemente. En la gran mayoría de jóvenes hay una constante de padres ausentes que nunca jugaron con sus hijos, que no los acompañaron a vivir su emocionalidad y siempre castigaron el sentir de más, pues nos hacía débiles o poco competitivos frente a un mundo que siempre ha primado la razón. A los más jóvenes los calmaban con un celular o con una distracción que hiciera que esa incomodidad de lidiar con el mundo interno del otro se fuera rápido del panorama. La sorpresa viene cuando se dan cuenta de que el mundo no está hecho de máquinas sin sentimientos y que esa emocionalidad que atajaron quiere revancha. Sentimos de forma más intensa porque nos castraron la idea de sentir.
Es la tecnología la que nos ha educado emocionalmente y nos ha vuelto más comprensivos del dolor. Simpatizamos rápidamente con la guerra y el dolor al otro lado del mundo, pero, como lo dice David Hume, hacemos esa conexión desde lo racional y juramos que ese sentir es tan real que hemos aprendido a desconocer nuestra corporalidad. El vivir en un mundo físico, tener interacción con otros y reconocer nuestra vulnerabilidad nos cuesta y nos sobrepasa.
El matoneo docente y los problemas de salud mental han existido a lo largo de la historia, pero no por ello deben permanecer en el mundo que estamos construyendo. No solo se suicidó una médica, sino también dos soldados en la última semana. Según el informe de 2023 de Medicina Legal ocurrieron 3.145 suicidios a lo largo del año, de los cuales 811 fueron en jóvenes, 446 en adolescentes y 2 en niños. Para abril de este año la cifra iba en 963 suicidios. ¿Cuántos más tenemos que morir para que se den cuenta de que están atrincherados en la incomprensión de las heridas que el mundo y ustedes le han causado a mi generación? Está en sus manos salvarnos, enseñarnos y caminar con nosotros porque ese reglazo que les dieron tampoco debió existir nunca.
ALEJANDRO HIGUERA SOTOMAYOR

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