En el mundo entero, y de manera especial en nuestra patria, venimos hablando de paz ya hace muchas décadas. Todos deseamos la paz y, sin embargo, vivimos en guerra. Pareciera que la paz es muy esquiva. Definitivamente los seres humanos somos seres incomprensibles. Con frecuencia, el hombre dice una cosa y en la práctica hace lo contrario. ¡Qué misterio es el hombre! ¿Quién lo comprenderá?
La paz ha sido un anhelo constante de la humanidad. Sin embargo, al ojear las páginas de la historia vemos que del “dicho al hecho hay mucho trecho”. La ambición, la avaricia, la codicia, la sed de poder político, económico e incluso religioso son algunas de las causas de ese flagelo que se llama la violencia. El colmo del caso es cuando se guerrea en nombre de Dios. Amigo lector, ¿usted cree que es posible llamar santa a la guerra? Es absolutamente incomprensible que se mate en nombre de Dios. La guerra intrínsecamente es inmoral, provenga de donde provenga.
La añorada paz solo podrá saborearse si está precedida de la justicia. El libro santo nos dice que la justicia y la paz se besan. Dejemos tanta retórica y ataquemos la raíz del problema. Si la justicia es el nuevo nombre de la paz, la injusticia es el nombre de la guerra. Un Estado debe estar armado de una estructura legal justa. Un gobierno solo será constructor de la paz si la legislación que impulsa está basada en la justicia social. Un ciudadano es constructor de la paz si sus relaciones, negocios, transacciones comerciales y laborales están respaldados por la justicia.
La ambición, la avaricia, la codicia, la sed de poder político, económico e incluso religioso son algunas de las causas de ese flagelo que se llama la violencia
La violencia no solo se da en las montañas, en el secuestro, la voladura de puentes, oleoductos, torres de energía, etc., también se da cuando engaño al indefenso. En todo negocio deben ganar las partes o perder igualmente las partes. Cuando yo miento y engaño en el trueque de productos, la parte afectada más tarde se dará cuenta y entonces queda resentida. Busque en su vida sumar, no restar. No pelee con el que nada tiene que perder.
Son constructores de la paz los que generan trabajo productivo. Un capital al servicio del trabajo es un combate al desempleo, causante de tantos males que aquejan a Colombia y al mundo. Apoyemos toda inversión para erradicar el flagelo del desempleo. La ecuación es: inversión-emprendimiento = trabajo productivo e impuestos. Los gobiernos deben apoyar a los inversores, es un capital social que se traduce en prosperidad para todos.
Amigo lector, usted es constructor de violencia cuando no paga el salario a tiempo; cuando usted no le da valor agregado a su puesto de trabajo, para que la empresa sea competitiva y no sea borrada del mercado. Un funcionario que maltrata al cliente está matando su propia fuente de trabajo. Un gobierno que antepone los intereses particulares sobre el bien común genera una violencia institucionalizada. Hay estructuras de violencia que ahogan al débil. Las revoluciones no son fruto del acaso. Los tiranos y caudillos autocráticos son la consecuencia de una clase dirigente corrupta.
No se entiende cómo la paz sea una bandera electoral y en el discurso se agrede al otro, se califica a quien piensa distinto como enemigo de la paz. ¡Qué sofisma de distracción! Dejemos la retórica de los paraninfos, de las redes sociales, de las diatribas en la plaza pública y produzcamos hechos de paz, siendo sembradores de justicia.
La paz no puede ser monopolio de un partido. Todos los colombianos queremos la paz. Las lecturas del hecho social pueden ser distintas, el común denominador es la paz. Estamos cansados con los foros, las marchas y los discursos sobre la paz. No hablemos de paz, seamos artesanos de paz con trabajo productivo.
FROILÁN CASAS ORTIZ
Obispo emérito de Neiva