Muy lucida estuvo la producción de la ópera La traviata, de Giuseppe Verdi (1813-1901), presentada en el Teatro Mayor hace unos días. A nuestro director musical estrella, el maestro Andrés Orozco-Estrada, quisiéramos tenerlo como director regular de una temporada de ópera anual con la que tantos soñamos. Lideró con excelencia a la diestra Orquesta Sinfónica Nacional de Colombia, al Coro Nacional de Colombia, que viene madurando su calidad sonora, y a un talentoso grupo de solistas. Una vibrante interpretación que determinó el clima general del drama: sentimiento, dolor y una amable simpatía por los protagonistas, ricos en la penetración psicológica del teatro romántico. El libreto de sco Maria Piave (1810-1876) basado en la novela La dama de las camelias, de Alejandro Dumas, hijo (1824-1895), trazó personajes complejos y delicados que apasionaron al compositor italiano, que supo inmortalizarlos en este melodrama lírico en tres actos.
En la versión original se presenta a Violeta Valéry como una bella descarriada perdida en el laberinto de los placeres y del dinero de sus amantes y protectores. Al conocer a Alfredo, de quien se enamora a primera vista, canta, en una las más preciosas arias del repertorio lírico verdiano, tanto a su libertad para ir de goce en goce como a su anhelo de ser amada, amando, emoción que jamás ha vivido.
Giorgio Germont, el padre del joven enamorado, considera aquel romance una unión de escándalo social que llevará a su hijo y a su familia a la miseria, y la convence de abandonarlo. El drama de celos prosigue y la tragedia sacude a los amantes y a un padre profundamente arrepentido. La tisis mata a Violeta en un ambiente doloroso, endulzado por la delicadeza y sinceridad de los sentimientos.
Entusiasma escuchar solistas líricos que más allá de cantar se desempeñan como actores y actrices poseídos por sus personajes. Es el caso de la protagonista rusa Julia Muzychenko-Greenhalgh, soprano con precioso y preciso color de voz que cubre lo dramático, lo lírico y lo ligero exigido por esta partitura. Llegará lejos con su especial don vocal y su presencia escénica. El tenor italiano Paolo Fanale encarnó, con un timbre de voz llamativo, a un convincente Alfredo, celoso joven aristócrata, ingenuo e idealista. El barítono argentino Fabián Veloz se ganó la iración del público al convertirse, con su magnífica voz, capacidad comunicativa y actuación, en el más persuasivo y arrepentido padre de Alfredo. Los demás personajes acompañantes de la historia sostuvieron el melodrama con gusto interpretativo.
No es descabellado, sino más bien imaginativo, que el refinado director escénico haya trasladado el libreto desde París de mediados del siglo XIX hasta la Bogotá de los años 40.
Una trama en la que juegan placeres libertinos, erotismo, romance, amor y conveniencias clasistas puede suceder en cualquier época, en cualquier lugar, pues la naturaleza humana es poco cambiante. Por ello no es descabellado, sino más bien imaginativo y gustador, que el refinado director escénico Pedro Salazar y los integrantes de su equipo de la Compañía Estable hayan trasladado el libreto desde París de mediados del siglo XIX hasta la Bogotá de los años 40. Escogieron un burdel que se conoció en la época como El Rosedal, donde políticos y personajes de la alcurnia capitalina se divertían. Y el resultado fue óptimo, pues hubo coherencia entre el diseño escenográfico, el vestuario, la iluminación, el video y la utilería. Actores y bailarines complementaron la acción, con una coreografía acentuada en lo ordinario del lugar festivo, iluminado con luces de neón en tonos rosados.
Un teatro repleto de amantes de la lírica aplaudió de corazón y sin afanes, a pesar de la coincidencia de horario con el partido final de la Copa América. Cada cual como fan de quien más lo emocione.