Lo que pasó en Miami, donde perdimos por un solo golecito en el segundo tiempo suplementario, me hizo recordar a mi amigo del alma, casi hermano, Fernando Umaña Pavolini, aficionado al fútbol. No soportaba perder y siempre se salía con su intención de abandonar el balompié para dedicarse de lleno al turmequé. Sí, al tejo de barrio.
Pero esta vez la tusa es máxima por el mal comportamiento de millares de colombianos emigrados, o que viajaron al partido, y vandalizaron este magnífico estadio de Miami para entrar sin boletas o con boletas falsas. Quién les explica a los gringos que estos vándalos no son los colombianos de verdad.
Muchos de estos son los famosas barras bravas que vuelven cualquier encuentro de fútbol la ocasión para portarse mal, armar riñas.
Pero hablemos de nuestra maravillosa selección. 29 partidos sin perder. Y este tampoco lo íbamos a perder, pero un par de malas decisiones del árbitro brasilero nos cortaron las piernas y dieron a los argentinos la posibilidad, que en los últimos minutos nos metieron el gol que quedará para siempre en nuestros recuerdos de fútbol.
Otra de las fallas fue la mala suerte de Lucho Díaz, quien en los 90 minutos esta vez no pudo meter uno de sus goles clásicos. Para mí, un error de nuestro técnico es haber sustituido a un gran James por un Quintero que no pudo ni supo asistir. James no necesita correr para meter pase de izquierda en la cabeza de un atacante habilitado y lograr un gol. Yo no habría renunciado nunca a su mágica izquierda.
Otra cosa: ¿dónde está el cronista deportivo que siempre hablaba pestes de mi jugador favorito? ¿Dónde están los elogios que de todas partes del mundo han considerado a James el mejor jugador de la Copa América? Porque nos gusta criticar, pero cuando el objeto de la crítica hace unos partidos de antología no rectifican sus críticas y se hacen los tontos hablando de técnicas futboleras.
Pero no todo se perdió. Llegamos segundos y nuestros jugadores se valorizaron al máximo. Los scouts europeos ya tienen los ojos puestos en muchos de los cafeteros.
No quiero cerrar esta nota sin felicitar a Leo Messi y su llanto por tener que abandonar el campo, con un tobillo hinchado como un ñame. Lloró como un niño regañado. O más bien, como hombre de carácter. Esto lo hizo más campeón y más genio que nunca. ¡Bravo, pibe!