Hace casi 30 años, la monja budista Pema Chödrön escribió un bellísimo libro para enseñarles a las personas a relajarse ante la incertidumbre de la vida. Hoy, su texto Cuando las cosas se derrumban sigue siendo una valiosa guía para atravesar momentos difíciles y aprender a vivir. En el libro, Chödrön explica por qué nuestro bienestar y nuestra felicidad no dependen de encontrar un piso firme donde pararse, sino de aprender a entender y aceptar ciertas verdades irrefutables: entre ellas, que todo es pasajero, que lo que construimos puede derrumbarse en cualquier momento —incluso a pesar de nuestro esfuerzo por mantenerlo en pie—, y que en la vida es inevitable sentir dolor.
A pesar de conocer estas milenarias verdades, tendemos a aferrarnos a las cosas materiales y a circunstancias como el éxito y el poder, e intentamos evitar el dolor en vez de buscar comprender cómo se combina con la alegría. El budismo enseña que, si existe el bien, debe existir el mal; que la sabiduría no puede separarse de la ignorancia y que en el mundo hay belleza porque también hay horror. Por ello, Chödrön pregunta: "¿A quién se le ocurrió que podíamos tener placer sin dolor? Son inseparables", dice. Además, el dolor no es un castigo y el placer no es una recompensa. Por tanto, "no se trata de cultivar una cosa frente a la otra, sino de relacionarnos adecuadamente con el momento en el que estamos", añade.
Eso quiere decir que la vida tampoco es una carrera de obstáculos en la que debemos superar una serie de pruebas o problemas. El carácter transitorio de todo lo que existe hace que las cosas se junten y se derrumben, y luego vuelvan a juntarse y a derrumbarse. Así de simple, dice la budista norteamericana.
Entender esto da pie a un aprendizaje sin juicios sobre nosotros y sobre el mundo, hace sentir la vulnerabilidad humana más profundamente, activa la amabilidad y la empatía e invita a vivir cada momento con la conciencia de que todo puede cambiar repentinamente. Esta actitud, además, abre espacio para no saber. "La vida es así. No sabemos nada. Decimos que algo es malo o decimos que es bueno, pero en realidad no sabemos", escribe Chödrön.
En vez de intentar evitar aquello que genera dolor, podemos optar por cultivar la curiosidad por el momento presente.
La norteamericana cuenta que llegó al budismo luego de que su esposo le confesara que le era infiel y le pidiera el divorcio. "Cuando me preguntan cómo terminé metida en el budismo, siempre respondo que fue porque estaba muy brava con mi marido. La verdad es que me salvó la vida. Cuando mi matrimonio se acabó, intenté por todos los medios posibles volver a encontrar cierta comodidad. Afortunadamente, nunca lo logré… La vida es una buena maestra", dice.
Chödrön propone un enfoque práctico para atravesar tiempos de crisis: en vez de intentar evitar aquello que genera dolor (la pérdida, la crítica, el fracaso) o de aferrarse a la esperanza de alcanzar definitivamente algún puerto seguro (ambos caminos irreales), podemos optar por cultivar la curiosidad por el momento presente —sea cual sea— y tomarlo como una fuente de sabiduría que permite entender más profundamente nuestra existencia y la del mundo.
Cultivar esa curiosidad ayuda, además, a aprender a darles espacio a la honda tristeza de un duelo o la euforia de un triunfo sin perder la cabeza; sin dejar de reconocer que ambas experiencias hacen parte de la vida y que también pasarán. Esa actitud es clave, pues nuestra relación con el presente también determinará nuestro futuro. "Lo que hacemos se acumula. El futuro es el resultado de cómo vivimos hoy", afirma Chödrön.
La norteamericana sabe bien que así se conozcan las milenarias verdades de las que habla, no es fácil aprender a vivir y a relajarse en medio de la incertidumbre. Sin embargo, hace énfasis en que emprender ese camino —que ella llama el del guerrero— es una profunda y valiente afirmación de vida.