Las pausas del camino son tan necesarias como el pan de cada día que nos llevamos a la boca. Necesitamos hacer silencio para rehacernos y corregirnos. Sin duda, tenemos que aprender a querernos mucho más.
Para desgracia de todos, no se siembran más que palabras de odio y venganza, mientras la gente más débil e inocente muere en la brutalidad de los combates. Navegamos en la mentira endémica, en lugar de ser sinceros, fecundos en amistad y en proyectos de bien. Abandonemos la retórica guerrera, los ataques a los trabajadores humanitarios. Ejercitemos el respeto desde la diversidad, con la intención de enriquecernos mutuamente, para no ver al otro como una amenaza, sino como un apoyo para el crecimiento.
Indudablemente, la cosecha de las producciones tiene que mejorar con el amor, que es lo que nos tranquiliza en medio de las adversidades. La invención de la mente humana no puede continuar recolectando la destrucción de sí mismo, tiene que pasar página e inventar el espíritu fraterno, a través de su potencial creativo. Precisamente, ahora con el uso de la inteligencia artificial, para ayudar a la toma de decisiones militares en conflictos que pueden contribuir a crímenes internacionales, tenemos que reconsiderar los lenguajes de hecho.
Nos urge, pues, despertar. A los promotores de lo armónico es a los que tenemos que escucharles. La confianza ha de darnos el mejor concierto sistémico. No bastan las meras palabras, hay que ponerlas en coherencia con la acción de cada jornada, en un orbe que hemos globalizado y que necesitamos hermanarlo con sus gentes heterogéneas.
El futuro depende en buena parte de la familia, que también ha entrado en una fuerte crisis, cuestión que afecta a la sociedad; y, aún peor, cuando la debilidad humana es utilizada por la ideología, que todo lo desfigura y confunde. De ahí la necesidad de repensar situaciones, de no dejarnos engañar, de volver a ser nosotros mismos. En consecuencia, ver un emparentado que se rompe es un drama que tampoco puede dejarnos indiferentes. El camino del acercamiento y del perdón –mal que nos pese– es la única salida.
Nuestro actual tiempo pide comenzar a regenerar los hogares para poder desenredarnos de los nudos insanos de la soledad. Invitamos, por consiguiente, a estar atentos para no caer en ese orbe tentador de malignidades e interrumpir el ciclo de violencia que nos acorrala. Al fin y al cabo, un nuevo planeta nace cuando sus habitantes se abrazan.