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Opinión

Los regalos no existen

Los regalos, los favores y la lambonería funcionan como moneda de intercambio.

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Un regalo es, por definición, lo que damos sin esperar nada a cambio. De ahí que, al menos a primera vista, los regalos parecen ajenos al acto económico por excelencia: el intercambio. Es por eso que Séneca, en su tratado De los beneficios, alega que es una corrupción de la pureza del acto, dar regalos esperando a cambio algo como otro regalo o, incluso, construir reputación de generosos. Pero si le echamos otro vistazo a la vieja práctica del regalo, nos damos cuenta de que en realidad se trata de una forma de intercambio. Es por eso que Derrida tanto insiste en que los verdaderos regalos -es decir, los exentos de intercambio- no existen.
(Le puede interesar: La moderación es un fetiche).
Es muy probable, aunque quizás imposible confirmarlo, que no haya existido una comunidad humana en la que los regalos no hayan estado, de alguna u otra forma, presentes. El poeta romano Marcial, por ejemplo, nos cuenta acerca del rol tan importante que jugaban los regalos -desde dados y peinillas hasta esclavos y marranos- en el Imperio Romano durante el ritual de Saturnalia, al cual, entre otras cosas, le debemos no solo la celebración de la Navidad en diciembre, sino también el que esta sea una festividad en la que se acostumbre a dar regalos. Otro ejemplo es el del ritual del Potlatch, celebrado por pueblos indígenas que habitan la frontera entre Canadá y Estados Unidos, durante el cual el anfitrión no solo obsequia, sino que también destruye algunas de sus pertenencias como testimonio de su riqueza.
Y en estos extraños tiempos modernos, marcados por la cada vez menor influencia de la religión y la cada vez mayor influencia del mercado en los rituales que celebramos, los regalos cumplen tres funciones principales. Regalar, en primer lugar, es fundamentalmente un mecanismo para construir identidad; es decir, para contarle a los demás quiénes somos o, más bien, quiénes queremos ser. Los regalos sirven, por ejemplo, para exhibir estatus o dar fe de nuestro buen -o más frecuentemente mal- gusto. Por eso, dar y recibir regalos son actividades que siempre están plagadas de teatralidad.
Todo esto para decir que, ya sea para construir identidad, cumplir con una obligación o establecer relaciones de poder, los regalos son siempre una forma de intercambio.
Pero regalar también es, en segundo lugar, una obligación -en el sentido social, no legal- que se espera en rituales muy específicos. Por eso, como toda obligación social, regalar es un acto que siempre es regulado por los dos mecanismos principales con los que se supervisan todos los comportamientos sociales: la aprobación y la desaprobación. Como en los juegos, las reglas del ritual del regalo siempre se pueden desafiar, pero no sin esperar un cierto grado de sanción social a cambio.
La tercera y última función social del regalo es la de establecer, o en ocasiones reequilibrar, relaciones de poder. A fin de cuentas, tener poder es estar en la posición de que alguien haga algo que de otra forma no haría. Y dar un buen regalo, por ejemplo, puede hacer que alguien se ría de malos chistes de los cuales de otra forma no se reiría. Por lo mismo, los regalos también sirven para reequilibrar relaciones de poder, luego de que alguien, por ejemplo, nos haya hecho un favor. Esto también explica por qué quien recibe un mejor regalo del que da suele compensar a través de otros mecanismos como la lambonería. De manera que los regalos, los favores y la lambonería funcionan como moneda de intercambio.
Todo esto para decir que, ya sea para construir identidad, cumplir con una obligación o establecer relaciones de poder, los regalos son siempre una forma de intercambio. Pero esto a la vez quiere decir que, si regalar es dar sin esperar nada a cambio, se trata de un acto que está destinado al fracaso toda vez que es incapaz de cumplir con su objetivo fundacional. A pesar de esto, dar regalos, como todo ritual, es un acto simbólico que nos ata a través de lazos de solidaridad con nuestro colectivo. Por eso es muy importante siempre acudir al espectáculo de la teatralidad para mantener viva la estupenda ficción del regalo.

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