Aquella semana comenzó con la instalación de las sesiones del Congreso Nacional, a cargo del presidente de la República, Iván Duque. Con un discurso muy veintejuliero, interrumpido muchas veces por los fervorosos aplausos de los congresistas amigos, el Presidente se explayó en enumerar las obras que, según él, han sido construidas durante este gobierno. Incluyó el túnel de La Línea, obra monumental que se fue construyendo a lo largo de muchos años, con la participación de diferentes gobiernos. Pero, como a este gobierno le correspondió dar el último palazo, Duque se tomó la libertad de incluirlo en la lista de obras de este gobierno. Por eso, a la entrada del túnel, se puso una placa con el nombre del actual Presidente.
Regresando a la instalación del Congreso, después de su discurso el mandatario tenía el deber de permanecer en el recinto para escuchar la intervención de los parlamentarios. Pero no lo hizo. En medio de nutridos aplausos, el Presidente dio media vuelta y desapareció de la escena. Una salida inesperada y duramente criticada por congresistas de la oposición. En medio del desconcierto, los opositores echaron sus discursos de protesta. Luego procedieron a elegir los dignatarios. En el Senado, el presidente y la vicepresidenta elegidos tienen antecedentes familiares complicados. Y, con votos en blanco, los congresistas le arrebataron la segunda vicepresidencia del Senado a Gustavo Bolívar, activo senador del movimiento de Gustavo Petro.
Mientras en el Congreso se acumulaban las peores decisiones, en Haití, el país más pobre y más emproblemado de la región, seguía el caso de los exmilitares colombianos, quienes, invitados a viajar a ese país y convocados por diferentes conductos, resultaron comprometidos en el vil asesinato de Jovenel Moïse, el cuestionado presidente haitiano. Con esa terrible acusación, la reputación de Colombia quedó por el piso.
Entre tanto, las cosas en Colombia van de mal en peor. Después de dos meses de paro nacional, las exigencias de los huelguistas siguen en veremos. Porque el presidente Duque no se reúne con ellos, y porque sus delegados, no obstante sus buenas intenciones, no han logrado satisfacer las exigencias de los huelguistas. Pero eso no es nada junto a lo sucedido en Cúcuta. Como se sabe, un militar retirado junto con asesinos consumados montaron un operativo para acabar con la vida del presidente de la República, Iván Duque.
Este primer atentado, que por fortuna les falló, comenzó con los disparos que le hicieron al helicóptero en el que viajaba hacia Cúcuta el Presidente, en compañía de dos de sus ministros y de un gobernador. Los bandidos acusados del atentado, según se informa, pertenecen a las disidencias de las Farc. Lo grave es la vinculación en el proyecto de magnicidio de militares en retiro.
Por fortuna, repito, este vil intento no les funcionó y, gracias a labores de inteligencia, ya se ha podido saber quiénes participaron en el atentado. Una partida de traidores de las disidencias de las Farc, seguramente hasta con gente del Eln, hasta hoy muy bien protegidos en Venezuela por el dictador Nicolás Maduro.
Ante tanta incertidumbre y ante tantos peligros, lo que Colombia necesita no son policías con nuevos uniformes azules, sino hombres mejor preparados y unas Fuerzas Militares mucho más fuertes y tal vez, igualmente, mucho mejor preparadas. Nadie duda de su valor ni de su desprendimiento. Pero los últimos acontecimientos en los cuales aparecen vinculados del Ejército, o de la Policía, le demuestran al país que en sus filas algo está fallando.
Se necesita tal vez mejor educación en nuestras Fuerzas Armadas; tal vez, mayor compromiso en algunos casos. Porque la situación de Colombia y de los colombianos está hoy más difícil que nunca.
LUCY NIETO DE SAMPER