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Colombia ya padecía su propia pandemia: la corrupción. Contra ella tampoco hay vacuna.

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Antes de que nos cayera encima el coronavirus, Colombia padecía su propia pandemia: la corrupción. Una infección que ha invadido el territorio nacional y ha contaminado todas las capas sociales, económicas del establecimiento. En el Poder Judicial hace estragos el ‘cartel de la toga’. En el Poder Legislativo, congresistas de diferentes partidos pagan sus delitos en las prisiones del país. En el Poder Ejecutivo, funcionarios hay que utilizan sus altos cargos para obtener beneficios económicos. Se puede decir que, incrustada en la burocracia, hay una red de gente deshonesta que usa su privilegiada posición para enriquecerse a expensas de los derechos e intereses de la ciudadanía.
También hay corrupción en el Ejército, en la Policía; en los concejos, en las alcaldías, en las gobernaciones. En los deportes y en sus directivas. En las altas esferas económicas y sociales. La ambición por acumular dinero y poder ha roto las barreras de la honradez y la decencia. La ambición de conseguir riquezas, a como dé lugar, ha minado las reservas legales, morales y económicas de la sociedad. De ser un país decente, casi un ejemplo en el continente, pasamos a ser un país mafioso y el mayor productor de cocaína en el mundo.
Como es sabido, la corrupción aumentó y se multiplicó en Colombia cuando aparecieron en el escenario bandidos de primera categoría, capaces de hacer hasta lo imposible para adquirir dinero y poder. Encabezaron esa poderosa categoría de malhechores el bandido Pablo Escobar, el ‘Mexicano’, los Rodríguez Orejuela y una partida de mafiosos, que se enriquecieron a punta de cultivar y de vender marihuana, coca y heroína. Estados Unidos y Europa, pagando la droga con sus fuertes monedas, fortalecieron el poder de los narcos colombianos.
La corrupción ha infectado a buena parte de la sociedad. El dinero de los narcos es la gasolina que ha puesto en marcha su poder destructor. El dinero del negocio de la droga alimenta
la corrupción.
Llenos de dinero, los narcos hacen grandes negocios. Intervienen con éxito en la vida social y económica del país. Por su gran poder económico han logrado incrustarse en cuanta actividad política, económica y social les interese. La corrupción, como decía al principio, ha infectado a buena parte de la sociedad. El dinero de los narcos es la gasolina que ha puesto en marcha su poder destructor. El dinero que produce el negocio de la droga alimenta la corrupción.
El amor narco por el dinero despertó la ambición en honestos ciudadanos. Por ganar más en actividades ilegales, cayeron en la trampa. Presidentes y gerentes de prósperas empresas idearon inmorales maniobras. El derrumbe de la probidad social comenzó con el amor por el dinero. Intachables ejecutivos se contaminaron. Por ejemplo: la respetable Interbolsa se desplomó. Oscuras movidas de sus ejecutivos causaron la ruina de sus inversionistas.
Luego nos cayó encima el poder corruptor de Odebrecht. La poderosa compañía brasilera se abrió camino, en Colombia y el mundo, pagando altas coimas a personas claves del establecimiento para acceder a contratos millonarios en obras públicas. En Bogotá, al inicio de 2016, el viceministro de Transporte, Gabriel Morales, le abrió camino a la compañía brasilera en el proyecto vial Ruta del Sol. Exigió a cambio cuantiosa recompensa: 6 y medio millones de dólares.
Sobre la corrupción que nos carcome, el periodista Juan Gossain escribió el libro 'Cárcel por casa' –EL TIEMPO, 13 de julio de 2020–.La obra contiene interesantes reflexiones. Por ejemplo: “La corrupción es una plaga más destructiva que el coronavirus. Destroza lo visible y lo invisible, lo tangible y lo intocable... Ahora se roban el presupuesto para la salud, el dinero destinado a la alimentación de los niños más pobres, los menguados centavos para comprar medicamentos para enfermos de cáncer, el contrato para adquirir bastones para los inválidos. La corrupción ya no es un caso aislado. Se ha vuelto una forma de vida”.
Esta pandemia ha contagiado a millones de colombianos. Se han salvado miles de enfermos, pero han muerto millones de personas. Entre tanto, los corruptos, aprovechando el aislamiento obligatorio, cometen atroces delitos. Contra la corrupción tampoco hay vacuna.
Lucy Nieto de Samper

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