Doloroso y vergonzoso que tantos sacerdotes católicos estén acusados de pederastia. De acuerdo con aterradoras denuncias, el acoso sexual contra menores de edad se da en todos los países del mapamundi. Es aberrante que quienes tienen el deber y la obligación de proteger a los menores abusen de su inocencia y de su fragilidad para satisfacer sus bajos instintos. Lo peor es que haya entre los culpables desde sencillos curas de pueblo hasta poderosas eminencias del Vaticano. Hace poco, el papa Francisco expulsó del Vaticano al cardenal George Pell, arzobispo de Australia. Y castigo más duro recibió el cura chileno Francisco Karadima: el Papa lo expulsó de la Iglesia. Además, el excura tiene que indemnizar, con 670.00 dólares, a tres de sus pequeñas víctimas.
Vale recordar que durante la visita del papa Francisco a Santiago de Chile, la comunidad denunció a varios sacerdotes católicos por abusar sexualmente de menores de edad. El pontífice, entonces, no atendió las demandas y salió en defensa de los prelados. Pero andando el tiempo y confirmados esos delictuosos comportamientos, el Papa suspendió a 14 sacerdotes chilenos.
En Pensilvania (EE. UU.), 300 sacerdotes fueron acusados de violar a 1.000 menores. Y otros estados de la Unión denunciaron 7.000 casos de pederastia. En Alemania denunciaron a curas católicos que abusaron sexualmente de 6.000 niños. En Colombia, la pederastia sacerdotal se da en todas las regiones de todos los departamentos. Y los castigos que se aplican no sirven para que otros sacerdotes escarmienten. Hay prelados que siguen abusando de pequeñas víctimas. Hace poco se registraron otros 18 casos de pederastia.
Ante esta ola de atrocidades cometidas por sacerdotes católicos contra menores de edad, ciudadanos del montón se preguntan cuándo y por qué la Iglesia católica impuso celibato obligatorio para quien quiera ser sacerdote. Porque la historia sagrada dice que Jesucristo no se casó, pero tampoco exigió que sus seguidores fueran célibes. Por el contrario: sus apóstoles, casi todos santos varones, tenían esposa e hijos.
Para averiguar cuándo y por qué la Iglesia católica impuso celibato obligatorio a quienes quieran ser sacerdotes –mandato que comenzó a ser violado desde el principio por muchos de ellos, en apariencia santos varones que, desde entonces, comenzaron a hacer desgraciados a millones de indefensos menores de edad–, leí el libro Los papas, escrito por el investigador y profesor italiano Josef Gelmi, experto en los diversos asuntos de la Iglesia católica, publicado en Italia en 1986. Esa investigación no comienza con san Pedro, considerado primer Papa, sino con Victorio I, primer vicario de Roma, en el año 189. Luego resume la historia de 253 papas, hasta Juan Pablo II, santificado hace poco. Entre las tareas –buenas, regulares o malas– de todos esos vicarios, algunos pasajes son escabrosos.
En cuanto al celibato, en 1061 el papa Alejandro II apoya un movimiento popular contra la nobleza y contra los curas casados. En 1113, del Concilio de Letrán “emanan cánones contra la simonía y el concubinato del clero”. En 1517, cuando el papa León X excomulga al monje Martín Lutero, este declara estar harto del celibato y se casa con una exmonja. En 1545, el Concilio de Trento establece que celibato y virginidad son superiores al matrimonio. Por lo tanto, el celibato sacerdotal no tiene reversa. “No es un dogma de fe, sino un reglamento de vida”, dice la norma.
Para rechazar el comportamiento escandaloso de tanto cura católico contra millones de menores, el papa Francisco convocó un encuentro en Roma. Pero antes dijo: “Esos abusos son una monstruosidad que justifica la ira de la gente”. En el encuentro, dicen los asistentes, hubo buenas intenciones. Nada más. No hay freno externo contra los violadores. Su obligación es cumplir la promesa que hacen para poder ordenarse. Si son incapaces de cumplirla, no destrocen más vidas de niños inocentes. Por favor: no sean tan cobardes.