Sin lugar a dudas, la guerra es el fracaso de la política, y se puede denominar fracaso el anunciar un cese bilateral que conllevó el aumento de extorsiones, secuestros y bloqueos a las poblaciones más vulnerables del país. Por lo menos fue inocente, para no calificar de mentiroso, anunciar en campaña que a los tres meses de elegido presidente se acabaría el Eln.
El cobarde ataque realizado por esa guerrilla al Ejército en Catatumbo demuestra que no tiene voluntad de paz y solo está ganando tiempo para fortalecerse militarmente. Seguirá siendo un grupo corrompido por el narcotráfico y la minería ilegal, que blanquean su actuar con un falso discurso político que, de cumplirse, solo estaría dirigido a refundar la nación; ninguna propuesta dentro de un régimen democrático les funciona y solo seguirán comprando tiempo, que se paga con muertos y desplazamientos en sus áreas de influencia.
El terrorismo se está radicalizando porque sintieron la debilidad del Estado. Esa es la razón por la que Antonio García legitima un atentado cobarde en la madrugada, mientras los de la Fuerza Pública estaban dormidos: nueve familias de nueve héroes que prestaban el servicio militar, que no merecían sufrir esta terrible tragedia.
El Eln se acostumbró a la guerra y se lo recuerda a cada gobierno. Hace 4 años el cobarde atentado a la Escuela de Cadetes de Policía General Santander se cobró la vida de 23 personas mediante un carro bomba. Y año tras año este grupo utiliza las negociaciones como mecanismo de difusión política, mientras realiza paros armados en todo el país y aterroriza a la población civil, en especial en zonas en las que tienen control como Arauca, Cesar, Antioquia, Norte de Santander, Cauca y Nariño.
La situación con estos subversivos es crónica y no tiene salidas. Es una guerrilla totalmente federalizada, que hace muchos años perdió la filosofía política y hoy vive a sus anchas en los territorios, en los que hay comandantes que actúan a su antojo y difícilmente le responden al Coce (Comando Conjunto Central). En cada zona se financian con el secuestro, la extorsión, la minería ilegal y el narcotráfico.
Mientras las Farc tenían más de 13.000 hombres distribuidos por casi todo el territorio nacional, en 50 estructuras, que tenían un amplio control territorial, el Eln tiene la tercera parte de esa cifra y están concentrados en zonas específicas del país, en las cuales han ejercido durante décadas influencia política y social a través de infiltración en sectores claves. Su estrategia está enfocada en lo social y hace mucho abandonaron el objetivo de alcanzar el poder con las armas. Su finalidad es cooptar sectores de población y librar una guerra interminable.
Hacer una negociación unificada con ellos es casi imposible. Vale la pena pensar hasta qué punto resulta mejor poner un plazo para las negociaciones y luego de ello desarrollar acciones militares concretas para afectar directamente sus estructuras.
Independientemente del gobernante, estos terroristas tienen otros intereses, a los que no van a renunciar de la noche a la mañana. Serán 3 años de entregarles el país al Eln, a las disidencias y al ‘clan del Golfo’ mientras se van fortaleciendo, y eso es muy peligroso para Colombia. ¿Valdrá la pena darles una enésima oportunidad? Y, sobre todo, ¿lo entienden ellos realmente como una oportunidad o solamente como un nuevo escenario de posicionamiento internacional? Sea como sea, no vienen tiempos fáciles para Colombia. Estamos retrocediendo 20 años en seguridad.
P. D.: ojalá el Congreso no vuelva a vivir la humillación de tener a un Teodolindo o una Yidis. El Congreso se está legitimando, recordando al Ejecutivo que existen pesos y contrapesos y que las reformas tienen que ser consensuadas y no impuestas.
LUIS FELIPE HENAO