No sé quién dijo esa frase profunda, “vuelve la burra al trigo”. No sé si Cervantes o una querida campesina de Boyacá. Cuando sembrábamos trigo, claro, porque ahora se importa y no nos importa. Pero vuelve la burra al trigo, ya verán por qué lo digo. Porque retomo un tema que nos retrata y preocupa, pues la cultura de la trampa gana terreno. Ya es casi normal en nuestra sociedad.
A lo que me refiero parece una jugada más, pero es significativa de hasta dónde estamos llegando. La vimos en el partido de fútbol entre Atlético Huila y Equidad esta semana, cuando el recogebolas Luis Amaya, pasado el minuto 90, cuando el delantero Joan Castro, de Equidad, iba camino de gol, le lanzó un segundo balón a la pelota, no a la de Castro, sino la que llevaba en los pies, lo confundió y evitó la anotación. Así se ve. Y se observa a Amaya muerto de la erre por la ‘picardía’. El club opita dijo que Amaya actuó “en contra de los principios”. Y en contra de los finales, porque faltaban segundos.
El recogebalones, qué digo, el futbolista, porque es jugador sub-20 del Huila, y dicen que es habilidoso, dijo que lo hizo “por amor”. “Pensé que el equipo de pronto se hundiría más en el descenso”, agregó. O sea, se iría en la B. Ahora Amaya es famoso. Dio la vuelta al mundo en 80 segundos, su ‘jugada’ está en la Fifa. Ojalá se cambie el reglamento, a ver si se pone serio el fútbol. Pero la Fifa no nos puede cambiar como seres humanos y los futbolistas son el reflejo de lo que somos.
Pensando en la “jugadita” de Amaya, hay que comenzar a educar mejor a las divisiones inferiores, o sea, a los niños, en esta sociedad. Porque ellos serán los dirigentes del mañana.
Comentaban estos días que a menudo en los cobros de penaltis los recogebolas les esconden la toalla a los arqueros visitantes, porque debajo de ella tienen un papelito con apuntes de cómo patean los contrarios. Y ya se sabe que si el local va ganando, en los últimos minutos se pierden las pelotas. Y hay que ver –lo he comentado aquí– cómo muchos jugadores, no se debe generalizar, recurren a marrullas, simulaciones, al teatro, para buscar perjudicar al oponente, al que minutos antes han saludado de abrazo y un “me alegra verte”, “que gane el mejor”. Ante una falta, que a lo mejor duele, muchos casi piden los santos óleos, pero una tarjeta amarilla al contrario significa un “levántate y anda”. Mientras tanto, la tribuna brama y lo que se dice no es apto para menores de 80 años. Los árbitros deberían recibir un desagravio el Día de la Madre.
Hay muchas más jugaditas. Cuando van ganando y se produce un cambio, el jugador se acalambra y sale a trotecito de bebé en sus primeros pasos. Pero, repito, ellos hacen parte de una sociedad cuyos valores económicos están por encima de los morales y en la que el fin justifica miedos.
De los corruptos, a los que yo asocio con espíritus malos, se puede decir como en un programa de TV: “Ellos están aquí”. Y dan miedo. Hay carteles de la contratación, con su liga CVY, que “por amor” a la plata lanzan el balón a último minuto. El 31 de diciembre, entre pitos y matracas se firman contratos. “Ellos están aquí” en la financiación de las campañas, pues en política nadie se quiere ir a la B y lanzan el balón de los aportes sospechosos. Después lo negarán. O se dirá que fue “por amor” al partido. Se compran votos, se falsifica, se adultera desde un medicamento hasta un taxímetro, se cuelan en TransMilenio, se saltan la fila...
Pensando en la “jugadita” de Amaya, hay que comenzar a educar mejor a las divisiones inferiores, o sea, a los niños, en esta sociedad. Porque ellos serán los dirigentes del mañana. Ojalá el fútbol fuera un ejemplo, queridos directores técnicos. Allí se debe educar en balones y en valores. ¿Llegará un día en que un jugador le diga a un árbitro: no lo pite que no me cometieron penalti? Bravo.
A todo nivel hay que enseñar que el mejor cabezazo es ser leal. Que se recupere el balón de la confianza. Anímese, dirigencia.
LUIS NOÉ OCHOA