Había estado ausente de este espacio, inicialmente por cirugía ocular en la moderna clínica Barraquer y luego en inmerecidas vacaciones. Gracias, doctora Clemencia de Vivero. “¿Cómo le quedó el ojo?”, me preguntan con buen humor los amigos. “Para lo que hay que ver…”, agregan unos. Por fortuna, el panorama se ha aclarado un poco en la pupila derecha, que es la que mira lo que hace la izquierda.
Pero no el panorama nacional, que sigue gris. Porque este garrapatero, apenas recibió de alta, en este país donde a diario se da de baja, se fue para el campo a hacerle el quite al estrés y a ver los nietos, no míos, sino de la vaca Gar.
Una Colombia que no ha cambiado en un siglo no va a cambiar en un mes. Pero ese ojo lloroso se puso más aguado de emoción, como le debió ocurrir a más de media Colombia el 9 de junio, cuando el Ejército, después de una búsqueda incansable, ayudado por indígenas y perros expertos, encontró a los cuatro niños que sobrevivieron durante 40 días en las espesas y peligrosas selvas del Guaviare. Desde aquí confiaba en Lesly, de 13 años, que sería protectora, madre, hermana, enfermera, ángel de la guarda, valiente compañía de Soleiny, de 9; Tien, de 5; y Cristin, de 1 año.
Lo que ocurrió es un hecho histórico que demuestra la tenacidad, la pericia, la sabiduría ancestral de los niños. Lesly nos dio la bella lección de entregar hasta el último aliento por nuestros seres queridos. Estoy seguro, a veces comió menos fariña o frutas por darles a sus hermanos. Dijeron que fue un milagro. Sí. Que una niña de solo 13 años cargue en la selva por 40 días a un bebé, mientras lleva de la mano a dos menores de 5 y 9 años, es algo que muestra la presencia de Dios. Este hecho es también una muestra de que cuando se trabaja unidos, alejados de odios, sin desistir en los propósitos, se logran grandes cosas. Gracias, Ejército Nacional. Gracias a los indígenas y a los perros; gracias, Wilson, dondequiera que estés.
Pero es duro volver a la realidad. La polarización, la incertidumbre, la violencia, la inseguridad.
Volviendo al campo, es casi imposible desconectarse. Pero echarle ojo al sector rural, visitarlo a pie, oír de los queridos labriegos sus necesidades y luchas, incentivar el regreso de la juventud, debería ser una práctica común en todos, en especial de la dirigencia nacional. Les cuento que por unos pocos días es posible y necesario sustraernos de las noticias diarias, sin celular, pues muchos ya hacen el amor chateando.
Pero es duro volver a la realidad. Hay polarización, incertidumbre, violencia, inseguridad. Aparte de los feminicidios, los asesinatos de líderes sociales, el sicariato (172 casos este año), guerrillas y bandas no se detienen. Las noticias estremecen.
Ataque con explosivos contra una estación de policía en Bucaramanga deja nueve uniformados heridos. Tres policías son asesinados en Norte de Santander. Buenaventura está bajo fuego de las bandas. En ataque sicarial mueren la directora de tránsito y otra funcionaria en Tuluá. El Eln secuestra, en Fortul (Arauca), a la sargento del Ejército Ghislaine Karina Ramírez y sus dos hijos, de 6 y 8 años, uno de ellos con autismo. Mindefensa dice que fue “imprudencia” de ella. La imprudencia, señor ministro, puede ser más bien una desafortunada declaración. La culpa es la inseguridad, la indefensión en la que estamos, el envalentonamiento de las bandas y el Eln, al que ante tal torpeza alguien le recordó el nombre de la vaca Gar.
Por fortuna, ante la presión nacional e internacional ayer ese grupo liberó a la militar, a sus hijos y a la mascota Sky, porque el Eln secuestra hasta al perro. Qué perros. Pero aquí hay lecciones. Sí a la paz, sí al silencio de los fusiles, no al silencio ciudadano y a la falta de claros protocolos de verificación del cese del fuego, para que no sea un juego.
LUIS NOÉ OCHOA