Hace años, en los tiempos en los que en la zona rural de mi querida Suaita, en Santander, no había luz eléctrica, se hablaba de la luz de las candilejas, de la luz de los rayos, de la luz perpetua y de la Luz Amparo, que tejía canastos.
Sin luz ni televisión, muchas más mujeres daban a luz que ahora. Casi en todos los hogares crecían seis, ocho niños. Qué se iba a pensar en los celulares, en gobernar por Twitter. Los presidentes a veces trinaban por radio, que a la larga solo cogía onda corta.
Los domingos la gente bajaba al pueblo a ver si salía una llamada en Telecom –que “une a los colombianos”– para hablar con algún hijo que se había ido a estudiar, o algún enfermo que tuvo que irse a una ciudad a ver si “topaba cama” en un hospital.
Porque tampoco había salud ni EPS, a las que ahora les quieren apagar la luz. Según la “deforma”, solo serán gestoras de salud y vida. Y ni pensar en la inteligencia artificial (IA). Creo que se dijo que la tenía alguien, pero como insulto. Y es que lo artificial es lo no natural, lo falso. Hoy hay un debate sobre si la IA será un avance o un peligro, que se puede incubar un monstruo, que puede cambiar el mundo. No sé, no me da la inteligencia.
Suena a acción de un humano de inteligencia artificial acribillar a sangre fría a cuatro menores que no se dejaron reclutar a la fuerza en Putumayo.
Hay algo bueno. A la IA se le podrá echar la culpa de muchas cosas. Que ese trino no es mío, sino de la IA. Que la IA metió un mico en tal proyecto, que se cayó el Contralor, no es culpa de Congreso, sino de la IA.
En serio, por lo que hacemos cada día, yo creo que somos los humanos los que tenemos una inteligencia artificial. O como se decía antes en rancho de paja, se nos corrió la teja. Nos matamos por odio y ambición desde hace años. Cada día la matazón es más brutal. Por ejemplo, suena a acción de un humano de inteligencia artificial acribillar a sangre fría a cuatro menores que no se dejaron reclutar a la fuerza en Putumayo, o los que explotaron un cilindro en Tibú, cuando pasaban una patrulla y un bus empresarial. Asesinaron a dos policías, seres del mismo pueblo, y sin importar que murieran civiles. Mataron a una mujer que transitaba por allí, seguramente luego de dejar almorzados a sus hijos.
No podemos esperar a que la IA, la del chatGPT, nos diga que hay que buscar y someter a esos GPTas. No se pude seguir un cese del fuego artificial, Presidente. Así como el país lo acompaña en el anhelo de la paz total, lo acompaña en que no deje que los violentos se tomen el país total. Hay que usar inteligencia militar.
Y qué tal la inteligencia artificial de quienes atacan a un jugador como Vinícius Júnior, del Real Madrid, a quien real madrearon en Valencia, tíos, joder, por el color de piel. O al colombiano Hugo Rodallega, en Argentina. El racismo en el fútbol es tan viejo como los tiros de esquina, pero son tiros criminales, que se tienen que parar con tarjeta roja que expulse para siempre a los agresores.
No es que se prohíba decir que se pone el balón en el punto blanco, o que un equipo tuvo una tarde negra. Los irables afrodescendientes se llaman negros ellos mismos –nada de gente de color, porque de color son los políticos, que no se colorean– y están orgullosos de su piel y su raza. Lo que indigna y no se puede tolerar es la ofensa, la burla que busca humillar y hacerlos sentir inferiores.
Olvidan los agresores lo grandes que han sido en la vida el Rey Pelé, Martin Luther King, Nelson Mandela, Malcolm X –defensor de los derechos humanos de los africanos–, Barack Obama, Rosa Park –ícono de la lucha contra la segregación racial–, Tina Turner, Tarana Burke –fundadora de #MeeToo–, la Negra Grande de Colombia, Celia Cruz y miles más.
¿Será que le preguntamos a la IA qué hacemos para poder convivir en paz? ¿Qué tal que conteste que dejemos los odios, que eduquemos mejor, que los gobernantes convoquen a la unidad? Sería luz al final de túnel.
LUIS NOÉ OCHOA