¿Qué puede haber más grande, comprometido, genuino y real que el amor de una mamá? Pareciese imposible describir tangiblemente lo que representa, pero un simple ejemplo lo puede graficar.
Lo primero que habría por decir es que el mundo debe dejar el encasillamiento de recordar el papel de una madre, en el “día de las madres”, fecha netamente comercial en cualquier lugar del planeta.
Esto, porque un segundo, de cualquier momento, de cualquier semana, es suficiente para exaltar que no hay nada más verídico que ellas. Así de verídico como se mezclan la vida y la muerte en torno a un hijo y lo que eso significa en la inmensidad de la palabra amor.
El pasado 9 de marzo las redes sociales, en Colombia, estallaron por el nacimiento de la hija del cantante Maluma y su pareja, Susana Gómez y, paradójicamente, la muerte del hijo de la actriz Luly Bossa.
Dos hijos rodeados de cariño, en dos circunstancias diametralmente opuestas, y dos mamás jugadas por ella y por él.
Paris y Ángelo son miles, millones más, que transitan en llegadas y partidas y dejan, por fortuna, al descubierto la infinita capacidad de cuidado y dedicación de un ser humano por otro.
Luly, la recordada actriz de novelas de los años 90, pasó a protagonizar su propia historia de tragedia y resiliencia cuando, hace 11 años, diagnosticaron a su hijo con una enfermedad huérfana.
Lo dejó y asumió todo por él. Ángelo se convirtió, por segunda vez, como cuando lo parió, en el centro de su vida, su motor, su sueño y su ilusión. La gente lo conoció sonriente, siempre, pese a que fue perdiendo la movilidad en las piernas y luego en los brazos. Aun así, la dinámica y siempre viva Luly se las ingenió para sujetarlo a la camilla, ubicarla en posición vertical y ponerlo, literalmente, a bailar agarrado de sus manos.
Paris y Ángelo son miles, millones más, que transitan en llegadas y partidas y dejan, por fortuna, al descubierto la infinita capacidad de cuidado y dedicación de un ser humano por otro.
Ángelo siempre sonreía y le devolvía descargas de amor a su mamá, a través de su mirada. Descargas de gratitud que se fundían en los profundos ojos azules de Luly. Iguales, calcados, a los de María Teresa Pedraza, la mamá que sigue recorriendo cuanto cementerio y fosa común de la que tiene noticia, a ver si logra encontrar a su José Antonio. El niño de 12 años que el frente 53 de la guerrilla de las Farc se llevó de El Calvario, Meta, en el año 2000.
María Teresa y Luly no solo se parecen en el color de los ojos, también en lo que han dado de sus existencias, sin contraprestación, para reivindicar el valor de darle vida a otro ser.
Situaciones diferentes y tristezas incalculables, pero tristezas de madre al fin y al cabo. Las que solo ellas pueden soportar.
Esa misma que carga María, quien hace unos días denunció a través de una desgarradora carta, publicada por la revista digital Volcánicas y replicada por EL TIEMPO, la catástrofe que la abrazó sin piedad al enterarse de la violencia sexual que sufrió su hija y el acoso que le siguió durante meses, con tan solo 13 años.
Ese corazón de madre, como ella lo ha relatado, está quebrado en mil pedazos, pero ha intentado pegarlos, porque es el único soporte y salvavidas para esa hija.
El mismo corazón roto de Clemencia Vivas al ver el cuerpo de su consentida María del Pilar, fracturado y lacerado, con tan solo 21 años, tras la de arremetida de odio de Yerson Baracaldo, el novio que decía amarla.
Cuatro años después del feminicidio, Clemencia sigue tendiendo y destendiendo la cama de esa hija ausente, por siempre, para creer que la pesadilla terminará en cualquier momento y volverá a darle el beso de las buenas noches, en la frente, como lo hizo desde el día uno.
Algo, tal vez todo, está deshecho en estas madres, pero el amor las mantiene en pie. Ellas nos mantienen en pie. Decirles gracias es poco, y criticarlas por cualquier motivo es irracional, porque sus acciones nos demuestran que su compromiso no tiene límite y, al final, sumando a cada madre y cada hijo, la humanidad termina sosteniéndose allí.
Que la pequeña Paris y todos los y las bebés que están en el tránsito de llegar disfruten de un camino libre y pleno para tener, en lo posible, menos corazones rotos.