De todas las ideas de reforma que están sobre la mesa en Colombia, me preocupa la de convertir al Sena en una universidad. Siento un déjà vu, de regreso al gobierno de Uribe, cuando para cumplir las metas de educación terciaria incluidas en el Plan Nacional de Desarrollo, la oferta de programas del Sena se amplió a punta de cursos muy cortos, sin una lógica particular ni un propósito distinto que el de mostrar los números de egresados.
El Sena tiene muchas deficiencias por resolver: una oferta excesivamente amplia y desordenada de cursos cortos y programas técnicos y tecnológicos de calidad variada, que no responde adecuadamente a las demandas del sector productivo; un gran número de instructores (así se llama a los profesores del Sena) con baja calificación y demasiadas conexiones con la política local; un sistema inocuo de autocertificación de la formación que imparte; un monopolio en la formación de habilidades para el trabajo basado en la gratuidad que se traduce en tasas altísimas de deserción. Podría seguir la lista. Pero es, por lo pronto, la única opción que tienen la mayoría de los colombianos para acceder a una formación terciaria no profesional –el tipo de formación que pide a gritos el aparato productivo–, y que será central en su transformación de cara a un futuro sostenible en la era digital. ¡Lo que hay es que arreglar el Sena!
Es grave el desprecio por la formación técnica y tecnológica. Basta con mirar rápidamente a los países del mundo desarrollado para entender que no es la educación profesional la base de las economías dinámicas y el bienestar. Si en nuestros países la formación técnica y tecnológica es mal remunerada, es por su mala calidad. Por supuesto que el Sena tiene que estar en el centro de la mira de un gobierno progresista. Pero para ponerlo de una vez por todas a funcionar bien. Este sería un legado inconmensurable, con impacto sobre la reducción de la pobreza y la desigualdad, y sobre la dinámica de la productividad y el crecimiento económico.
La formación terciaria no profesional es el tipo de formación que pide a gritos el aparato productivo, y que será central en su transformación de cara a un futuro sostenible en la era digital.
La ampliación de la oferta de cupos de formación profesional sin los recursos ni la planeación necesaria, y a costa de desaparecer la formación no profesional en habilidades para el trabajo o simplemente renombrando lo que ya tenemos, es una semilla de frustración y descontento social futuros. Muy al estilo de lo que se hizo en el país hace 15 años. Olvidando que ahora hay una ventana de oportunidad para hacer algo distinto. Para hacerlo bien.
El Sena aparece sistemáticamente en las encuestas como la entidad más querida por los colombianos. Tiene presencia en las regiones, alguna gente buenísima y bien intencionada por dentro, y una asignación presupuestal que podría usarse mucho mejor. Su potencial transformador es inmenso. Es también una de las instituciones más manoseadas históricamente por los políticos corruptos. Me tocó de cerca la época en que se intentó boicotear a la directora del Sena empapelando las ciudades con afiches suyos con uniforme del Esmad, impresos en una sede regional del mismo Sena que era fortín de un congresista al que le incomodaban sus decisiones para limpiar la casa. A esa misma directora le apagaron varias veces desde adentro los sistemas durante unas evaluaciones de lectoescritura que quiso hacer a la planta de instructores. Cualquier reforma para mejorar el Sena requiere un rediseño institucional que permita despolitizarlo.
Hay que tener cuidado con las metas que quedan inscritas en los planes de desarrollo. Muy pocas se traducen en efecto en esfuerzos de gestión. Nos hemos confundido pensando que dejar por escrito una multitud de indicadores de resultado, como una lista de deseos, sirve para cambiar el país. Yo acabaría con todo eso. Y también con las leyes del plan de desarrollo. Pero eso es otra conversación.
MARCELA MELÉNDEZ