Margarita es una mujer de una zona apartada del país que trabaja mucho por su región. Apoya a sus vecinos, difunde su cultura e inclusive hace pódcast. Desde niña ha afrontado todo tipo de dificultades, muchas de ellas que yo no hubiera sido capaz de resistir. Su vida la citan en libros académicos de reputadas universidades, y cuando viene a Bogotá dicta infinidad de charlas y talleres. Los profesores de sociología, antropología, ciencia política y los de las ONG la invitan a tertulias y "se dan garra" mostrándola como un trofeo. Y ella, con su sencillez y dignidad proverbial, con su facilidad para hablar, con su hermosa presencia, les da nivel y credibilidad a sus eventos.
Es verdad que estas actividades sirven para sensibilizar a la sociedad y abrir los ojos a muchas personas, pero no se puede negar que también les permiten a quienes se dicen estudiosos de la Colombia profunda darse un baño de vanidad. Al tiempo que escriben textos sofisticados y muchas veces ilegibles, llenos de términos como 'etnocentrismo', 'interseccionalidad' y 'decolonización', reciben réditos económicos procedentes de instituciones foráneas o universidades que les pagan sus salarios.
El cambio verdadero no ocurre únicamente en la teoría o en las discusiones académicas, sino en las acciones concretas que impactan directamente las vidas de las personas.
Mientras tanto, yo que conservo con esta mujer una amistad de años, le pregunto si le pagan por dictar las charlas, las entrevistas, los días que pasa en Bogotá, y la respuesta es negativa. Solo le pagan el pasaje. Ella, para ayudarse, trae paqueticos con productos alimenticios locales para vender. Me duele porque la conozco y sé de primera mano que se ve a gatas para pagar los gastos del día a día de su familia. Es más, hace poco supe por casualidad –porque ella nunca pide nada– que no tenía los recursos para pagar los derechos de grado de una carrera que ha tratado de terminar durante años con mucho esfuerzo.
Entonces yo quisiera invitar a todos estos intelectuales a ponerse en los zapatos de aquellos a quienes de alguna manera explotan, aunque ninguno de ellos, ni quienes son objeto de estudio ni los mismos investigadores, se den cuenta. El cambio verdadero no ocurre únicamente en la teoría o en las discusiones académicas, sino en las acciones concretas que impactan directamente las vidas de las personas.
Es necesario ir más allá de la comodidad de las palabras y entender que quienes colaboran en estos espacios invierten en ellos su tiempo, energía y conocimientos. No podemos seguir invisibilizando sus luchas diarias ni conformándonos con un "reconocimiento académico" que, en muchos casos, no mejora sus condiciones de vida.