La columna ‘La democracia en riesgo I’, que antecede a esta, se enfocó en el concepto de democracia, sus virtudes y la nobleza de su ideario, pero también en sus riesgos y defectos cuando no hay coherencia en quién y cómo la ejerce. Tuvo énfasis en su núcleo esencial: el ciudadano, el reto del voto consciente y la abstención. Este segundo ángulo se concentra en la democracia en la era de la tecnología. La política en la era digital tiene otra realidad, como lo demostró el escándalo de Cambridge Analytica.
Antes de empezar, quiero evidenciar algo para proponer este conversatio (conversación) sin ruido. Declaro mi iración por la capacidad de evolucionar del hombre, fascinación por la evolución de la tecnología y mi entusiasmo por las posibilidades que representa. No creo en las herramientas como problema, considero que aciertos y errores, bondad y maldad están es en el uso humano de las estas.
La “economía de la atención” se refiere a que nuestra atención es vendida como producto a los anunciantes; en este caso, a las campañas políticas. Un dato para tener dimensión sobre este asunto: se afirma que el algoritmo de Facebook con trescientos ‘me gusta’ predice mejor la personalidad del que su propio cónyuge (Achen/Bartels). ¿Recuerda la publicidad de qué candidato aparecía con mayor frecuencia en sus redes personales en las últimas elecciones presidenciales? Pista: siempre es más fácil convencer a un votante afín.
El juego de la política contemporánea se gana en el ambiente digital, donde conviven bien y mal.
Por otro lado, “la arquitectura de las decisiones” significa que el es segmentado para conseguir el enganche constante y motivarlo a compartir permanentemente. La fórmula funciona, y cada vez es más fácil caer y procrastinar, ‘postear’ contenido a la ligera, mientras se dificulta abandonar las plataformas, más aún si se trata de la sensibilidad y el estrés de las emociones propias de comicios presidenciales tensos.
Invito ahora a una palabra, quizás nueva, a su atención: infodemia. Propuesta por la Organización Mundial de la Salud (OMS), significa que estamos expuestos a excesos de información. Sin embargo, parece relevante hacer algunos énfasis extras para no dar por sentado que todo lo que recibimos hace parte de la verdad. Me atrevo a hacer un ajuste personal a su definición: infodemia es el exceso de información, desinformación y opinión al que está sometido un ser humano. Y esto nos lleva a la posverdad, “la distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales” (RAE). ¿Imagina ahora la potencia de las noticias falsas como mecanismo de campaña?
Adicionalmente, el “síndrome del espejo” es otro concepto que explica cómo los algoritmos de los buscadores nos alinean con personas y mensajes afines, suprimiéndonos del privilegio y la sabiduría de conocer otros pensamientos y sus razones, y, por el contrario, abriendo la entrada de la desconfianza, el miedo, la polarización y el fanatismo. Colombia lleva años de polarización política, esta es una herramienta eficientísima para el triunfo de los candidatos populistas. Mientras menos se levante la mirada de nuestros dispositivos electrónicos al mundo real, sin algoritmos, más lejos estaremos de entender la complejidad de nuestro entorno electoral. La apertura intelectual requiere apertura a la incomodidad y disciplina.
Si, además, añadimos la capacidad de crear tendencias en redes sociales por medio de influenciadores sociales pagados, trolls, bots, “guerrillas del teclado” y dinámicas propias de fábricas y el internet subterráneo, la opinión política quedaría fácilmente fuera de la consciencia libre del elector. El juego de la política contemporánea se gana en el ambiente digital, donde conviven bien y mal.
MARTHA ORTÍZ