Por la transparencia y sencillez con la que los expertos en su estilo califican la novela ‘El coronel no tiene quien le escriba’ es interesante preguntarse si el hecho de que Gabriel García Márquez la haya escrito mientras tenía en mente estudiar cine haya facilitado la posibilidad de convertirla también en una obra de teatro. La escribió durante su estancia en París a mediados de los cincuenta, ya fue llevada a la pantalla grande por el director mexicano Arturo Ripstein y ahora la veremos en escena. Según sus biógrafos, el inmortal escritor conoció las afugias de su personaje cuando Rojas Pinilla cerró ‘El Espectador’, diario del que era corresponsal, y dejó de recibir el cheque por su trabajo.
Se presentará con motivo de la celebración de los 129 años del Teatro Colón de Bogotá, entre el 12 y el 24 de octubre próximo. Según lo afirma el maestro Jorge Alí Triana, que dirigirá un elenco de la más apreciada calidad y talento, esta mirada teatral propone “una reflexión sobre el sentido de la vida”. Los actores son Laura García, Germán Jaramillo, John Álex Toro, Santiago Moure, Luis Hurtado, Christian Ballesteros, Víctor Navarro y Diego Sarmiento. Es muy alta la expectativa de volver a la emoción vibrante del teatro en vivo, después de haber estado atados al encierro, asomándonos al arte desde las ventanas de lo digital en vez de palcos y plateas.
Para prepararnos como público, recordemos a ese viejo coronel retirado, veterano de la última guerra civil, “de huesos húmedos”, y a su esposa, la costurera asmática a la que le recomienda “cantar por ser bueno para la bilis”. Ilusionado, desde hace 25 años, va cada viernes al puerto a esperar la lancha del correo con la carta oficial que le autorice el sustento económico al que tiene derecho después de haberle prestado a la patria sus servicios. Pero la patria no se inmuta y mientras tanto, en un ambiente desolado, de calor insoportable, desprovisto de paisajes, sigue haciendo cada cosa “como si fuera un acto trascendental”, afirmando que “todo será distinto cuando acabe de llover”.
Con su dignidad arrebatada por la indolencia oficial, el coronel es otra víctima de la histórica injusticia que tanto aflige y se va acumulando hasta convertirse en un grito dado por el arte a manera de catarsis, en este caso literaria y también escénica. Y como el arte y la naturaleza son de la misma tesitura en la que vibra la sensibilidad, hay en esta breve obra maestra un personaje heredado de su hijo muerto, un gallo de pelea, amarrado en la noche a la pata de la cama y en el día al soporte de la hornilla de la cocina, que es contemplado en silencio por un grupo de niños a los que el coronel advierte que, de tanto mirarlo, lo van a gastar, afectando así su esperanza de venderlo al mejor precio.
En la triste vida de este coronel que sufre de “alarmas intestinales” y de su mujer desesperada al punto de hervir piedras que suenen para disimular, en la vecindad, su nada que comer, aparecen otros personajes no exentos de situaciones llenas de humor: un médico “con el cráneo cubierto de rizos charolados y un sistema dental perfecto” que le cura los delirios febriles que acumula en su hamaca de revolucionario, y un abogado negro con tan solo dos colmillos en la mandíbula superior, que lo atormenta con sus honorarios. La frase de cierre, para sorpresa del lector, es la respuesta universal que le da a su mujer para solucionar la inevitable hambruna que se les viene encima.
De obra cumbre escrita por un genio, a obra de teatro interpretada por el mejor talento colombiano. Construir arte sobre arte ya construido es un gran, responsable y placentero reto creativo que estamos listos a aplaudir.
MARTHA SENN