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PERIODISTA CULTURAL Y CRÍTICO DE CINEActualizado:

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Memoria de archivos históricos colombianos alternada por décadas, películas en 16 mm y entrevistas con la decana documentalista Marta Rodríguez, la cabecera del cine militante no oficial (el fallecido profesor bumangués Carlos Álvarez) y el director de fotografía Carlos Sánchez, hermano de Pepe. “Ustedes se imaginan un país sin archivos, sin memoria”, lo dice Marta con vehemencia. “Sabemos que este es un país sin sentido del pasado, que padece una especie de amnesia colectiva”, opinaba su esposo, Jorge Silva, meses antes de fallecer.
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Coincidencias de sesenta años atrás con lo que acontece hoy en Colombia: manifestaciones y protestas presididas por líderes gremiales e indígenas de los que ahora se denominan ‘primera línea’, exhortaciones de camaradas comunistas a no provocar desmanes y… levantar pañuelos blancos en caso de ofensivas militares. Juan Jacobo del Castillo, joven director y editor, igualmente entrevistador: “En mal momento se le catalogó de cine subversivo”. Pero… “esa categoría no existe en los libros de cine”, replicaba Carlitos Álvarez.
Exhaustiva investigación, curaduría y edición del material fílmico de aquella época: procesión de monjitas que marcan el paso de la bota militar –en Monserrate, por Jorge Silva y Carlos Mayolo–, final del padre Camilo en el monte (según Diego León Giraldo), la guacherna alborotada (Ópera del mondongo, por el barranquillero Luis Ernesto Arocha), concentraciones universitarias de los ‘elenos’, campesinos despojados y ‘farcos’ en Marquetalia (Caldas). Reconocibles las influencias cubanas de Santiago Álvarez y el Icaic –en letras de pantalla completa–, del argentino Fernando Birri –por Tire dié– y Patricio Guzmán del tríptico La batalla de Chile.
Un cine marginal, militante y comprometido, sobre luchas populares y denuncias de arrasamiento. Escuchamos a la veterana documentalista social Marta Rodríguez decir que… “todo arte es político, aun el de la derecha”. Frente a cámara, cuenta cómo se ha inquietado toda una vida por filmar el dolor del país, sus tragedias y desesperanzas. Describe con particular emoción una primera comunión, en aquel plano secuencia de la niña humilde de Chircales, con su bonito vestido blanco descendiendo por un barranco desmoronado.
Se pregunta: ¿cómo no denunciar ni ser solidarios contra el maltrato y abandono histórico nacional? La toma insólita del castigo con pies atados en el cepo de Campesinos (1974), se remonta al anacrónico sistema de repartición de tierras en la provincia del Tequendama. Nuestra voz de tierra, memoria y futuro (Silva-Rodríguez, 1978-82), con indígenas caucanos del Coconuco asustados por un jinete terrateniente disfrazado de diablo.
En el decisivo 1968, jalón del pensamiento liberal y revolucionario de la segunda mitad del siglo XX, se rememora la importancia del encuentro de cineastas latinoamericanos de izquierda en Mérida (Venezuela). Del Castillo desglosa tomas reales en directo declaradas subversivas y prohibidas a comienzos de los 70 –del presidente liberal Lleras Restrepo al conservador Pastrana Borrero–. Asalto, fuerza pública invade por vez primera en Bogotá los predios de la Ciudad Universitaria y reprime con violencia una protesta estudiantil por alza en pasajes de buses.
Cámara en mano, con fotografías y vallas alusivas, se incitaba a tirarles piedra a las autoridades por lo que su película fue prohibida, él metido a la cárcel (por año y medio) y sus copias confiscadas. Vinieron, entonces, Colombia 70 y ¿Qué es la democracia? Esta última era un panfleto ideológico sobre las falsas promesas de los políticos tradicionales, con dedos untados de tinta roja y azul en la plaza de Bolívar y toma pacífica de la avenida Jiménez, el día siguiente del 19 de abril de 1970, cuando las reñidas elecciones presidenciales entre Pastrana y el general Rojas Pinilla condujeron al sospechoso reconteo de votos a favor del primero.
Dos escenas de antología: desalojo violento del Policarpa –barrio de invasión con casitas prefabricadas– y el impactante testimonio del periodista que filmó su propia muerte cuando un oficial chileno de carabineros le disparó a quemarropa. ¡Oiga, vea! surgía entonces como el referente crítico del llamado cine oficial, con un icónico congelamiento en la filmografía satírica del caleño Carlos Mayolo: la mendiga negra desdentada cuya risotada asoma su estropeada dentadura.
Así era como señoras penitentes de falda y medias de nailon aparecían arrodilladas, en contraste con un borrachito alegre en el atrio del santuario bogotano. Más que mostrar la devoción del pueblo católico, Mayolo, acolitado por el fotógrafo y codirector Jorge Silva, se explayaba en gracejos de la alienación religiosa en Colombia al servicio de los poderes tradicionales.
En Iglesia de San Ignacio (35mm, 6 min.), el narrador habla del estilo manierista siglo XVII y muestra la mendicidad contrastada con damas de rebozo y embotelladores de agua bendita. En Monserrate (35mm, 8 min.), mujeres descalzas y de rodillas que pagan una penitencia alternan con vendedores de chuzos, limosneros y agitadores –ironías y desajustes del medio que Mayolo apuntaba visualmente–.
Otros cortometrajes experimentales, o alternativos aquí expuestos, constituyen homenajes a dos cineastas irreverentes: el loco de remate Diego León Giraldo (Carrera séptima arteria de una nación) y el ingenioso arquitecto costeño Luis Ernesto Arocha, gracias al remolino de Cali en salsa y la extravagante Ópera del mondongo.
MAURICIO LAURENS

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