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Tras los vestigios del ser más querido

El árbol rojo y Una madre son dos enternecedores dramas colombianos.

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PERIODISTA CULTURAL Y CRÍTICO DE CINEActualizado:

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Hermosa ficción caribeña que se desplaza por carreteras, caminos y trochas en el accidentado viaje de dos medios hermanos recién conocidos. Desde Rincón del Mar (San Onofre, Sucre) al centro del país (Bogotá), este relato está basado en el entramado de afectivas relaciones interpersonales y el trato respetuoso de sus roles protagónicos.
(También le puede interesar: Nuevas miradas documentales en pantalla)
Sicodrama familiar de origen antioqueño, película igualmente estrenada en salas de ‘cine arte’, conducente a la búsqueda de una madre borrada de la memoria y una terapia compartida de quien encontrándose recluida en un manicomio no alcanza a vislumbrar su desventurada maternidad de veinte años atrás.
El árbol rojo (Joan Gómez Endara, 2021). A ritmo de gaita, un film de carretera, o ‘road movie’, que rescata tres aspectos esenciales no muy corrientes en nuestro cine: la idiosincrasia costeña de personas del común, la intimidad perfilada por sorpresivos vínculos de sangre y los sentimientos de resiliencia, o de adaptación y nobleza, en un entorno afectado por las complejidades del conflicto armado nacional. Con la premisa de que “estamos hechos de la misma madera’, se abraza una verdad universal (“el camino está en el corazón”) para concluir en la esperanza de construir nuevos derroteros por cuanto “camino es lo que falta”.
Su historia es sencilla y espontánea, bastante creíble, al describir los aconteceres y expresiones del día a día o de situaciones inesperadas. El viejo Eliécer, hijo de un famoso gaitero de San Jacinto, refugiado en su rancho a orillas del mar Caribe, recibe una inesperada visita: el padre ha muerto y su hija más pequeña (Esperanza) tiene una carta para la madre que la abandonó recién nacida. En plataformas sociales y redes digitales circulan declaraciones o testimonios de su mismo realizador, un periodista profesional, sobre esta cinta realmente inolvidable que desde ya recomendamos a todo tipo de espectadores.
Metáfora, no de sangre, sino de algo que nunca se ha visto –la niña que desconoce a su progenitora y la esperanza de hallar un mejor futuro–. Entre las redadas y peajes de fuerzas legales e ilegales, en la espera del vehículo que los arrastre hacia el destino final en autostop, irrumpen elementos que actúan como constantes propias de un naciente autor que tiene cosas para decir: el trinar y escuchar de los pajaritos, el instrumento indígena que al soplarse emite sonidos afines al acordeón, la misiva de amor dirigida a un viejo romance pasajero y el ojo que capta las bellezas del paisaje natural.
El veterano actor cordobés Carlos Vergara construye un personaje discreto que, sin salirse del asombro, nos transparenta el cansancio y las vicisitudes del camino y, además, la silenciosa presencia de la pequeña Shaday Velásquez que ilumina la pantalla con su negra mirada indagadora.
Algunos referentes históricos de un subgénero nacional: La boda del acordeonista (Pacho Botía), Retratos en un mar de mentiras (Carlos Gaviria y Erwin Goggel), La tierra y la sombra (César Acevedo) y Los viajes del viento (Ciro Guerra).
Una madre (Diógenes Cuevas, 2020). Drama psicológico, bastante raro en nuestro medio, que afronta la postrera búsqueda de una dolorosa verdad, el emocionante reencuentro filiomaternal después de muchos años y el autodescubrimiento terapéutico de quien rechazó a una criatura de sus entrañas. Pero lo más delicado que aborda este drama intimista son las encrucijadas de aquellos tratamientos mentales anacrónicos, la dependencia o resistencia a los medicamentos y la penosa brutalidad de regular las curaciones con camisas de fuerza en condiciones humillantes.
Desde sus primeras imágenes, a partir del fallecimiento de un intransigente padre de familia, se expone al desnudo una terrible decisión del pasado que rompió en dos la integridad moral de un núcleo familiar andino (“porque las dos únicas cosas que hizo mi papá fue emborracharse a todas horas y hablar mal de mi mamá”). Su puesta en escena argumental y un estilo definido permiten detectar a otro joven, autor potencial, dotado de sensibilidad y entereza moral. Es el proceso, autodestructivo, de quien teme a sus carceleros y se confunde o se tuerce con reglas e imposiciones del manicomio regido por religiosas.
Fotografía impecable, locaciones idílicas de campos verdes, minimalismo anecdótico y decorativo, estrecha conducción de personajes al borde del caos y, quizás, su principal atributo: interesar y robarse la solidaridad del espectador desde sus primeras escenas dolorosas, que van directamente al corazón y al reconocimiento de dramas humanos desde puntos de fuga compartidos. José Restrepo, excelente actor, hace de joven comprometido con una causa noble y la muy profesional Marcela Valencia, quien se hunde en el alma de una víctima cuya supervivencia es infernal.
Otros conectores de género como referentes nuestros, esta vez de relaciones materno o filioparental: Del otro lado (Iván Guarnizo), Después de Norma (Jorge Andrés Botero), Amazona (Clare Weiskopf), Lázaro (José Alejandro González) y Clara (Aseneth Suárez).
MAURICIO LAURENS

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