En medio de la floreciente zona portuaria del sur de Boston, que de ser un área yerta de lozas de concreto pasó a ser una comunidad donde florecen biotecnología, finanzas y más, resultado de concertación entre gobiernos federal, estatal y la ciudad, seguidos de juiciosa ejecución, sin mirar quién era su autor, tres mil asistentes, presenciales y virtuales, atestiguamos en abril la firma de un acuerdo de reconocimiento mutuo entre la ‘Autoridad de protección de fronteras y aduanas’ de Estados Unidos, por sus siglas en inglés (CBP), la ‘Asociación aduanera y de comercio contra el terrorismo’, por sus siglas en inglés (CTPAT), y Dian Colombia.
Este no es un asunto de poca monta. Mientras que a Colombia se le atribuye la generación de cerca del 90 % de la cocaína que se trafica en el mundo, CTPAT, en cabeza de su director, Manuel Garza, reconoció al país la mejora de sus estándares logísticos y de aduanas, al punto de encontrarlos idóneos para hacer equipo, en radical contraste con el pasado, algo que en adelante y de forma gradual abaratará, facilitará y mejorará la labor de los exportadores hacia Norteamérica y el mundo, fundamentales para las finanzas de la Nación.
Detrás del aumento de confianza bilateral está la cuidadosa aplicación de un diálogo sostenido por años, que generó protocolos homogéneos a importaciones y exportaciones, en particular el del llamado operador económico autorizado (OEA), que Colombia viene implementando de forma exitosa, al punto de que hoy hay seiscientas ochenta y tres empresas OEA y once países de Latinoamérica suscribieron el acuerdo dirigido a que el OEA sea figura preponderante en el comercio exterior regional.
Y hacen bien en hacerlo, en intercambiar información, innovar, pactar, porque los retos son enormes: a una sola naviera europea el año pasado le ‘aparecieron’ veinte toneladas de coca en un buque, los cultivos en la región crecen, en millones de sobres de correo –que CBP llama “de minimis”– viajan a diario precursores del fentanilo, con objetivos y consecuencias, si se puede, más peligrosos que los de la coca. El muy adictivo fentanilo, mezclado con coca, engendra redes de adictos, esclavos de los siempre ingeniosos carteles, y dado que revisar millones de paquetes al día no es viable, se aplican nuevas técnicas, pero esta contienda interminable seguirá.
Un diálogo abierto logró cerrar la brecha entre dos agencias que estaban distantes. Se consiguió con visión, voluntad, compromiso y ejecución cumplida. Colombia es pionera en tecnología logística, pero que lo sea en otras áreas, con el irrisorio presupuesto del ministerio del ramo, la ausente mención de programas de innovación y el foco invariable en políticas para hacer política, sin fórmulas concretas para allanarse a la cuarta revolución industrial, alejan esas opciones de las nuevas generaciones, que merecerían tenerlas y, por tanto, deberían incluirse sin tardanza en el debate público. La inversión en estos rubros abre un mundo de posibilidades al país y a sus nuevas generaciones. La miopía, corrupción y el despilfarro público las condenan. Qué válido sería un viraje.
Post scriptum. Ojalá que al nuevo mintic no le tome un año entender hacia dónde va su cartera, no opte por cambiar lo que va bien ni le tiemble la mano para intervenir lo que no. Por ejemplo, ¿quién audita que las promesas de cobertura en 4 y 5 G se cumplen, y dónde están esos indicadores? Se cobran servicios de banda ancha. Pero ¿se entrega banda ancha? ¿Será la mejor opción expandir cobertura solo con fibra óptica? ¿Será hora de escalar estos temas al nivel de Superintendencia para esta industria, transversal al desarrollo nacional? Y ¿es cierto que grupos violentos extorsionan a los operadores y por esto al cierre de esta columna no hay celular en partes del sur del país?
MAURICIO LLOREDA