Un reciente estudio encontró que los cerca de mil personas que opinamos en forma recurrente en medios de comunicación convergemos, entre otros, en opiniones ponderadas, lo que sorprende dado el duro entorno, pero no señaló que esa brega pertinaz por el bien común, la denuncia de lo indebido, el foco hacia un deber ser es tan compleja como ingrata. No hay opinión o denuncia pública sin enemigos y escoger un solo tema para escudriñar, en medio de nuestra profusa y alucinada cotidianidad, duele.
Duele no referirse a las más de sesenta masacres ocurridas en lo que va del año, el que el ICBF no alcance a proteger la infancia, el dramático aumento del déficit en la balanza comercial, los nueve meses de desplome de importaciones y exportaciones que harán estragos en el empleo y la micro economía, de la que vive primordialmente el pueblo. También duele que a pesar de la mano tendida del Presidente a los bandidos organizados del país y más allá, lo ignoren y desafíen con ráfagas a investigadores de la Fiscalía en misión de entender tantas transgresiones que no cabrían en este espacio. Y duele un sistema legal paquidérmico, tuerto, corruptible, sensible a falacias, enterrador de causas justas como resucitador de causas muertas y su justicia tardía, que es denegación de justicia, y así invalida una de las razones esenciales del Estado.
Y cómo no conmoverse con la pérdida de competitividad nacional, la amenaza de nuevas reformas que, sin excepción, economistas nacionales y extranjeros proyectan como una estocada al empleo formal y a las pymes, mayores tejedoras de la estructura social, que no así a las grandes corporaciones.
De Punta Gallinas a la quebrada San Antonio, de Cabo Manglares a la isla de San José, cada metro está crispado por la violencia disparada, la mala economía, la incertidumbre. Y no importa dónde o a quien se pregunte, sin excepción, hay cuando menos un profundo escepticismo en el futuro cercano, por ese intento de mover, incluso por vías de hecho, las líneas de lo que resguarda la Constitución y hacerlo con tanta frecuencia que, aun estando quieto, el país se convierte en un paisaje visto a alta velocidad.
De Punta Gallinas a la quebrada San Antonio, de Cabo Manglares a la isla de San José, cada metro está crispado por la violencia disparada, la mala economía, la incertidumbre.
Y mientras tanto: Buenaventura y tantas zonas rurales, sumidas en el miedo porque allí sigue el narco, que no se va con anuncios ni es Al Pacino, como Tony Montana, metra en mano, desafiándolo todo, no. Es una sofisticada cadena logística con duros protocolos para quien incumple organigramas y funciones. Del narcocultivo, de campesinos explotados que no tienen otra opción y si la tienen, se las cierran a boca de fusil, al narcoproceso, donde una oscura alquimia transforma una hoja sagrada para unos, medicinal para otros, en una mezcla repugnante de químicos teñidos de blanco para disfrazarla de pureza, como tantas cosas, al narco-transporte, donde transnacionales de la logística ilícita y el blanqueo del dinero aplican una magia mayor, que vuelve las cosas invisibles.
Es imposible escoger un aspecto de la cruda realidad colombiana sin sentir algo de culpa por los que se dejan fuera, o la pregunta que no se hace, y no obstante se escoge y se opina porque esta forma pacífica de construir, en el mejor caso da perspectiva, invita a pensar antes que actuar; en el peor, como dijo un aspirante a tirano de la vecindad, queda para envolver aguacates. En todo caso es útil, y devela algo de la complejidad de ser colombiano en el siglo XXI.
Post scriptum: 1. Se elegirán alcaldes en octubre, el voto libre es la mejor encuesta. 2. Ningún medio principal extranjero resalta la crítica y lírica intervención del presidente Petro en la ONU, ¿por qué? 3. Es cierto que Ecopetrol estudia el impacto de un eventual cierre masivo de pozos y acopia capital para posible pago de multas por incumplimiento?
MAURICIO LLOREDA