Sería impensable que el presidente Petro no buscara esquivar con todas las herramientas a su alcance el nuevo iceberg que se atraviesa a sus objetivos de gobierno: el de una eventual recesión económica, que no se asomaba al país desde 1999. De repetirse un reporte del Dane como el reciente, habría inmediatas y profundas consecuencias en el empleo, la balanza de pagos, una bomba al tejido empresarial y a la comunidad inversionista internacional, un híbrido entre jaque y harakiri.
El ultimátum a sus ministros prueba que el Presidente se notificó del preocupante curso que tomó esta nave, no solo en lo económico: la seguridad, factor transversal a toda la vida nacional, va en reversa y a toda marcha; la salud atraviesa un desierto peor que el guajiro, la ‘paz total’ no cuaja, y menos la transición energética. Ministros apremiados regresarán a la casilla uno, diálogo, generación de confianza, trabajo articulado con el tejido humano detrás del empresariado nacional.
Y si el enfoque va hacia una microeconomía de la competitividad, aunque, dada la inminencia del impacto, mejor llamarla de la supervivencia de lo que genera impuestos, empleo, divisas y para ello se simplifican y favorecen las exportaciones tradicionales y no tradicionales, como los frutos exóticos, que llegaron casi a US$ 100 millones el año pasado y parece que al mercado le caben cuatro veces más, cuando menos.
No he leído ni oído a gremio o empresario alguno buscando boicotear al Gobierno, y a ninguno tan obtuso para hacerle huecos al buque dentro del que estamos todos.
A favorecer la agregación de valores a las exportaciones, donde Colombia es fuerte y tendría un añadido especial por geografía y conocimiento. A apoyar la cuarta revolución industrial empujando una banda ancha real, simplificando y abaratando todo lo que vaya sobre internet, call centers, servicios web, sepultar los conceptos regulatorios obsoletos, porque el laissez faire en tecnología debe ser siempre el norte, treinta años de apertura en comunicaciones, cincuenta en las naciones avanzadas prueban que esta avanza mejor sin ataduras y rinde máximos beneficios a sociedad y Estado.
Atender la petición del Mincit hacia fortalecer la protección de la propiedad intelectual; con la débil, lenta e ineficaz protección de los activos intangibles presente, grandes y pequeños innovadores prefieren otros destinos, más costosos, pero con certezas jurídicas, y ahí se van enormes oportunidades.
Ahora, buscando un espacio de diálogo desde un ángulo no confrontacional, ¿un político no es o debería ser empresario de lo social, del interés público, del interés general? La maquinaria electoral gana cuando el aspirante a líder se sintoniza con el ideal de los votantes y sus promesas de campaña. De forma similar, un empresario alinea factores productivos, inversionistas y objeto social. De una visión, una promesa y una convicción parten ambos. Ganada la elección, armada la empresa, se persiguen objetivos de votantes y accionistas, ambos con expectativas enlazadas a visión y promesa. Al final, hacer política, hacer empresa, es sumar fuerzas, propias y ajenas. Por supuesto, esto en un mundo ideal, pero quizás viéndolo así podrían lograr empresariado y Gobierno entenderse desde las similitudes, no solo atacarse desde las diferencias. La confrontación publico- privada conduce directo al iceberg.
Ahora, no he leído ni oído a gremio o empresario alguno buscando boicotear al Gobierno, y a ninguno tan obtuso para hacerle huecos al buque dentro del que estamos todos, porque si se hunde, con él toda la tripulación. En cambio, abundan propuestas solidarias con Gobierno y país, con el empleo, la educación, la salud. Presidente, hay con qué, hay con quién y, como usted ha podido confirmar, Colombia goza del privilegio de sólido tejido social, empresarial e institucional. Marque el rumbo para evitar el iceberg, no le faltarán brazos para remar en dirección a una Colombia más segura, más democrática, más próspera.
MAURICIO LLOREDA