Después de la muerte del expresidente uruguayo Pepe Mujica, los medios circularon algunas de sus ideas sobre la vida y la política como si se tratara de una cuestión de superación personal. Es verdad que Mujica te explicaba los asuntos más complejos de una manera muy sencilla –fue precisamente esta capacidad la que lo convirtió en un gran dirigente–, pero esa sabiduría, condensada en algunas de sus frases más conocidas, tiene que ser entendida a la luz de su trayectoria política.
De Mujica la mayoría de la gente sabe que fue uno de los principales dirigentes de la guerrilla tupamara, que estuvo más de una década en prisión y que fue presidente de Uruguay. ¿Pero cuál es su ideario político? ¿Y cómo contribuyó su trayectoria a formar ese ideario? Creo que fue un dirigente tan importante para América Latina que deberíamos empezar a estudiar seriamente su pensamiento político, y para ello es imprescindible volver a leer sus entrevistas.
Con ese objetivo en mente, leí unas conversaciones que tuvo con el exministro de Educación argentino Nicolás Trotta en 2020, recopiladas en el libro Mujica por Pepe. Allí enuncia unas ideas claves para la izquierda latinoamericana. Son muchos los temas que abordan en estas conversaciones: el de la legalización de la droga y el de la seguridad pública, tema muy descuidado por la izquierda; el de la integración del subcontinente; el de la formación de cuadros, entre otros.
¿Por qué impactó tanto la vida de este exguerrillero que al salir de prisión decidió comprarse una casita en el campo, cultivar flores y andar por ahí con su Fusca celeste?
En esta ocasión, quisiera referirme a su estilo de vida. ¿Por qué impactó tanto la vida de este exguerrillero que al salir de prisión decidió comprarse una casita en el campo, cultivar flores y andar por ahí con su Fusca celeste? Justamente porque a pesar de haber llegado a la presidencia siguió teniendo una vida sencilla, es decir, siguió viviendo como un ciudadano común y corriente. Y esto tiene un profundo impacto en los valores que queremos difundir.
Frente a los gobiernos de cambio latinoamericanos, Mujica decía que, si bien habían tendido a mitigar las desigualdades más graves que existían en sus respectivas sociedades, esto no necesariamente significó una mayor conciencia ciudadana: "Se mejoró el nivel de los consumidores, pero no el de la ciudadanía". O, como le dijo el político uruguayo y dirigente del Frente Amplio, Óscar Andrade, a Nicolás Trotta: "Nosotros ganamos elecciones porque hacemos que la gente pueda ir a los shoppings, pero no cambiamos la cabeza de la sociedad". Este parece ser uno de los mayores límites de los gobiernos de izquierda.
Por esto Mujica siempre insistió en que la deuda pendiente es la transformación cultural. Y afirmaba: "No hay mayor diferencia en la pose, pinta, armazón, presencia social de los dirigentes de la derecha tradicional y los dirigentes de la izquierda o progresista. Usan las mismas alfombras, usan los mismos edificios, viven en los mismos barrios, terminan utilizando los mismos vehículos y todo lo demás. Y esto no es una razón de economía, lo que se puede gastar es insignificante en el rumbo de una sociedad. Pero sí, esas pequeñas cosas nos van divorciando de la gente común y corriente. Hallo coherente que la derecha sueñe con tener su Mercedes-Benz y su BMW y su mansión en un barrio acomodado y mandar los hijos a Harvard. No es coherente en nosotros porque terminamos desactivando la confianza en la gente que intentamos representar y por la cual luchamos".
Y ahí vuelve aquella vieja discusión sobre la "izquierda caviar". No es que la izquierda no pueda aspirar a tener un buen celular, un buen carro y matricular a sus hijos en colegios privados. El punto es que si la izquierda aspira a vivir como lo hace la derecha, no habrá nada que las diferencie. Y esta es sin duda una de las grandes enseñanzas de Mujica.