Las ocurrencias son ideas que van surgiendo por el camino, a veces sorprendiendo hasta al mismo ocurrente. Los filósofos, los jueces, los científicos, los analistas no tienen ocurrencias: reflexionan. Quienes planifican bien hacen propuestas, los ocurrentes hacen ‘apuestas’; los primeros se basan en el conocimiento; los segundos, en la astucia.
Las ocurrencias son especialmente insidiosas porque se disfrazan de buenas ideas. A primera vista parecen lógicas porque ofrecen una solución. Pero en realidad no son inteligentes, ven apenas un aspecto de asuntos que suelen tener muchas aristas.
Los buenos políticos, los estadistas, piensan las cosas con mucho cuidado y prevén las consecuencias lejanas de lo que proponen; no se dejan engañar por facilismos, traducen el conocimiento en una visión. Los políticos menos buenos van a la deriva, respondiendo con ocurrencias, que generan a la larga más problemas que soluciones.
En nuestras políticas de ciencia y tecnología ha habido de todo. Colciencias fue creado en 1968 como un consejo rector de la ciencia y un fondo para su promoción y financiamiento. Por el mismo tiempo se crearon otros institutos dedicados a la investigación científica. Había una visión futurista sobre la importancia de la ciencia para el desarrollo nacional.
A las ocurrencias la realidad las sobrepasa, y terminan en normas o leyes que ‘no pegan’; se abandonan pronto. Eso nos pasó con la publicitada política de innovación.
En 1990, el Congreso, después de una reflexión de más de dos años, expidió una ley de ciencia y tecnología. Colciencias se adscribió al Departamento Nacional de Planeación para reforzar su transversalidad sectorial. En un ejercicio juicioso, se conformó el Sistema Nacional de Ciencia y Tecnología, y se tomó en serio su proyección hacia el futuro.
Años más tarde, en el 2009, otra vez después de una amplísima reflexión académica y de foros y discusiones en el Congreso, se expidió una nueva ley. Colciencias pasó a ser un departamento istrativo adscrito a la Presidencia. Eso se hizo para que tuviera presencia en el Consejo de Ministros. Se creó además un fondo de financiamiento con gran autonomía (infortunadamente, un fondo sin fondos).
Vamos ahora a las ocurrencias: en el último Plan Nacional de Desarrollo, se fusionó el sistema de ciencia y tecnología con el de competitividad, sin considerar que hay ciencia muy importante que no genera competitividad ni que mucho de la competitividad no tiene nada que ver con ciencia. El viejo sistema de ciencia se debilitó, el nuevo no funciona como sistema. El manejo de los recursos de regalías para la ciencia se asignó a DNP, y Colciencias pasó de cabeza rectora de la ciencia a secretaría técnica.
Hubo otras ocurrencias en campos relacionados con la academia. Por ejemplo, esa misma ley de Plan Nacional de Desarrollo fijó que el Icetex dejara de prestar, a partir del 2018, a estudiantes matriculados en programas no acreditados (que son más del 80 por ciento). Eso no se va a cumplir, porque quedaríamos con una multitud de estudiantes desfinanciados y de programas académicos quebrados.
En otra ocurrencia se decidió que a partir de mayo del 2017 las licenciaturas sin acreditación no podrán recibir más estudiantes. Pero la acreditación no se da por decreto. Si esa disposición se cumpliera (lo que no puede pasar), la mayoría de las licenciaturas dejaría de funcionar y tendríamos en breve un déficit serio de maestros. Se nos ocurrió también medir a las instituciones de educación superior con el Mide. Pero dio resultados tan contraevidentes que ya ni siquiera se menciona.
Una de las características de las ocurrencias es que la realidad las sobrepasa, y terminan en normas o leyes que ‘no pegan’; se abandonan pronto. Eso nos pasó con la publicitada política de innovación, un hecho realmente merecedor del récord Guinness, porque no se había visto antes que una locomotora se marchitara.
MOISÉS WASSERMAN